Inferno es el nuevo espectáculo de Rafael Spregelburd. La obra se dispara en múltiples direcciones y tramas, aunque la principal es un caso de plagio de un escritor que copia un argumento de un suplemento literario. Las dos horas que dura Inferno parecen la mitad, pues todo transcurre a una velocidad endiablada en un escenario caótico, atestado de objetos. Y ahí están de nuevo las obsesiones permanentes de Spregelburd: el mundo como creación del lenguaje, el caos, la catástrofe, la culpa y la estafa.
Sinopsis
El infierno, según decretó hace unos años la Iglesia católica, no existe. Cuando se aludía a él, venían a explicar los prelados, se hacía metafóricamente. Ahora bien, si no existe, lo que sí existe es la palabra infierno, y si esa palabra existe, quiere decir que el infierno está en todas partes, sostiene Rafael Spregelburd. A los argentinos les gustan las especulaciones y los enredos, y estos sobre el infierno los ha urdido el bonaerense Spregelburd como una comedia terrorífica, de un terror sarcástico, infernal, si se permite el término.
Spregelburd escribe, dirige e interpreta con esa habilidad admirable de los argentinos que pasan de la tragedia a la comedia en un parpadeo. Puede invocar, como en Inferno, a El Bosco, traducir del inglés y el alemán, presentar en televisión un programa sobre arquitectura, fundar la compañía El Patrón Vázquez, saltar de una serie a otra, de una película a otra, enseñar teatro y no parar.
Pero la ocasión aquí es Inferno, éxito de la cartelera del país austral del 2022. Era la conmemoración de los 500 años de El Bosco y el texto escrito por el autor argentino, un encargo del Vorarlberger Landestheater Bregenz de Austria. Nada extraño para Spregelburd. De 1996 a 2008 había escrito siete obras de teatro inspiradas en los pecados capitales, según la interpretación que hizo El Bosco en Mesa de los pecados capitales, que se exhibe en el Museo del Prado de Madrid.
Para Inferno, El Prado acudió de nuevo en su inspiración, con las imágenes de El Bosco pintadas en El jardín de las delicias. La pátina culturalista es, pues, evidente. Inferno se atreve con las siete virtudes (fe, esperanza, caridad, templanza, prudencia, justicia y fortaleza) a lo largo de siete escenas, interpretadas por cuatro actores que pasan de un personaje a otro, hasta 16, sin inmutarse. Pero no se espere erudición, abstrusa trama, evasión. No. Véase al principal personaje, un periodista de información turística al que despiertan dos catequistas para comunicarle que El Vaticano ha abolido el infierno. Hay otros: una crítica de arte, un profesor de matemáticas, una abogada, un editor de un diario y una psicoanalista, cada uno en su universo propio.
Este espectáculo pertenece a la programación de la 42ª edición del Festival de Otoño de la Comunidad de Madrid.