El Padre es la historia de Andrés, un hombre que se está perdiendo en el laberinto de sus recuerdos, pero que se resiste a soltar las riendas de su vida, y de Anna, esa lla que asume la situación con responsabilidad y cariño, pero que tampoco quiere renunciar a llevar a cabo sus proyectos personales. Todo esto nos suena, ¿no? Dolorosa y cotidianamente familiar. Frustración, impotencia, tristeza, todo esto está ahí, sí, pero también hay mucho cariño y mucho humor. Y mucha intriga, porque a menudo lo real y lo producto de la imaginación de la mente enferma de Andreu, se superpone y se confunde a su jefe y, también, al del espectador. Y esto es precisamente lo que convierte a El Padre en un artefacto teatral realmente único y poderoso. Florian Zeller nos coge la mano y nos la entrelaza con la del protagonista para que le acompañemos en su viaje hacia el olvido. El autor nos cuenta la historia desde dentro, porque transitamos por el laberinto de incertidumbre que experimenta Andrés, porque veamos lo que él ve o imagina, porque vivamos lo que está pasando en su universo, que ahora también es el nuestro. Estamos en la mente del padre. Y en su corazón. Y todo ello nos permite vivir una experiencia profundamente conmovedora, pero nos mantenemos alerta en todo momento, porque lo que pasa a Andreu también nos sucede a nosotros. Debo confesar que rara vez, como en esta ocasión, he sentido tan intensamente la responsabilidad de llevar a escena un texto teatral. Porque, a la creciente toma de conciencia del privilegio que supone ser depositario de la con anza de un grupo de profesionales que creen en ti, esta vez se añade el profundo respeto y admiración solidaria que me inspiran tanto los que sufren el progresivo deterioro de sus facultades mentales como los que lo cuidan. Y porque creo que el buen teatro puede ayudar a sanar heridas, puede ofrecernos la ilusión de conjurar la adversidad. Aunque sólo sea un espejismo. El buen teatro siempre habla de la grandeza y fragilidad del ser humano, de amor, de dolor y de compasión. Y éste es el caso de El Padre. Que ese padre sea Josep Maria Pou es un regalo precioso para mí y para ti, futura espectadora, futuro espectador. Poder reunir a su alrededor a una familia ya unos cuidadores encarnados por Rosa Renom, Victoria Pagès, Josep Julien, Pep Pla y Mireia Illamola, un honor y un placer. Agradecimientos infinitos.