Josep Maria Pou (Mollet del Vallès, 1944) es uno de los actores más veteranos y aplaudidos de la escena con más de 50 años subido a los escenarios. Debutó en Madrid, en 1968, bajo la dirección de Adolfo Marsillach y a lo largo de todos estos años ha trabajado con nombres como Calixto Bieito, Josep Maria Flotats o Mario Gas, entre otros. ¿Ha protagonizado aclamadas obras como El rey Lear, Golfus de Roma o Viejo amigo Cicerón. Con su último trabajo en escena, El Padre, ha llenado el Teatro Romea en Barcelona durante tres meses y ahora llega a Madrid hasta el 28 de abril. La obra explica las vivencias de un hombre de setenta y seis años a quien, por culpa de una demencia, le falla la mente y comienza a distorsionar la realidad ya cambiar la relación que tiene con sus seres queridos.
Según The Times, «una de las mejores obras de la década» es la tercera obra de Florian Zeller en España. Coincide en los escenarios de Madrid con La Madre, del mismo autor y protagonizada por Aitana Sanchez-Gijón en el Teatro Pavón hasta el 12 de mayo. De esta forma, dice Pou «el espectador puede hacer un ciclo de este dramaturgo». Florian Zeller es el dramaturgo francés vivo más representado fuera de Francia. Con solo 44 años ya ha ganado varios premios entre los que destaca el Óscar por el guión adaptado de esta misma obra a la película que protagonizó Anthony Hopkins.
TeatroMadrid: Andreu, el protagonista de El Padre es un señor de avanzada edad que, pese a su enfermedad, se resiste a pedir ayuda. Esta es una situación que, por desgracia, viven muchas personas mayores en nuestro país.
Josep Maria Pou: Totalmente. No necesito hacer una gran prospección para preparar la obra, sólo he tenido que mirar a mi alrededor y estar atento a las miradas para encontrar a personas mayores con problemas de todo tipo como el Alzheimer, que es esta enfermedad gravísima que afecta al personaje que interpreto y también a sus familiares. Lo que sí he hecho es leer, pero lo he hecho por egoísmo, por curiosidad o por prevención porque todos debemos hacernos mayores y todos lo podemos sufrir. Me pasa algo con este personaje y es que lo estoy interpretando, todos los días, desde el miedo. El miedo, que esto pueda ocurrirme a mí, me coloca en un estado de sensibilidad y de inestabilidad que me va muy bien para encarnar al personaje.
¿Te asusta el paso del tiempo?
No especialmente. Lo llevo muy bien. Tengo salud y voy por el mundo con igual curiosidad, entusiasmo y ganas de hacer cosas que cuando tenía 18 años. Lógicamente, contra la transformación y la decadencia física no se puede luchar, pero estoy bien anímicamente. Sí es cierto que, desde hace unos años, he empezado a ser consciente de que lo que tengo por delante es mucho menos que todo lo que tengo por detrás y, lo cierto es que, me ha cogido desprevenido porque nunca lo había pensado . Y sí, en algún momento he pensado que “ya basta”, que son 55 años sin cesar de trabajar. He hecho de todo, en el ámbito profesional, ya lo he vivido y creo que ya he cumplido con lo que debía hacer como actor. En este momento tengo un gran debate interno entre las ganas de retirarme de la escena pública, y recuperar las horas que durante estos años no me he dedicado, y la curiosidad de saber que todavía hay algunos personajes o funciones gustaría hacer.
Descubriste el teatro en tu casa y de muy pequeño.
Yo soy de Mollet del Vallès, mi familia era muy aficionada al teatro y desde pequeño también me llevaban. Mi padre era de un grupo del teatro del pueblo y yo le ayudaba con lo que podía. Me llamaban «el Pozo pequeño» y en alguna obra me habían dejado decir alguna frase. También fue muy importante la gran biblioteca de mi padre, allí empecé a leer teatro, entre otras cosas. Con 14 o 15 años llegué a la Universidad Laboral de Tarragona y empecé a hacer teatro universitario como actor y director.
Pero tú ibas a ser periodista.
En aquella época, en la universidad, surgió la oportunidad de crear una emisora de radio y en mis horas de ocio me dediqué a realizar un programa de radio con música e información cultural. Nunca tuve la intención de dedicarme al teatro, pero con 16 o 17 años descubrí que mi vocación real y firme era periodismo. Suspendí voluntariamente la universidad, supongo que por miedo a enfrentarme a mis padres, porque vi que me dirigía hacia un tipo de carrera técnica, de ingeniería o peritajes industriales que nada tenía que ver conmigo. Cuando volví a Barcelona tenía claro que quería ser periodista y empecé a pedir trabajo, a realizar pruebas e, incluso, gané un concurso para ocupar una plaza como locutor en Radio Barcelona, pero por unas circunstancias no lo pude aceptar.
Lo que me gustaba era comunicar. Me gustaba el periodismo radiofónico y al poco me empezó a curiosear la televisión. De hecho, siempre he continuado vinculado de algún modo a los medios: hice un programa en Radio Nacional durante 14 años, he colaborado en algunas emisoras y he tenido una columna en El Periódico.
Ser actor también tiene una parte de ser periodista.
Claro. Ser actor no deja de ser una forma de comunicar y de explicar las cosas a una comunidad que escucha, no a través de un micrófono, pero sí en vivo y en directo y disfrazado bajo un personaje.
Como periodista, ¿a quién te hubiera gustado entrevistar?
A todas las personas que admiro. A grandes creadores, como Shakespeare, Beethoven, Hitchcock o Cole Porter, pero también a cualquier ciudadano anónimo de la calle que tenga una historia que me interese.
Volvemos al punto en el que nos habíamos quedado. A finales de los 60 el servicio militar te lleva a Madrid.
Exacto. Cuando llegué a Madrid pensé que lo mejor que podría hacer es aprovechar el tiempo. Intenté matricularme en la escuela de periodismo, pero estaba fuera de plazo y finalmente encontré plaza en la Escuela de Arte Dramático.
Pero tú no querías ser actor.
En ese momento no, pero había unas asignaturas de vocalización, dicción o técnica de voz que pensé que me irían muy bien para seguir después con mi trayectoria radiofónica. Una vez allí, empecé mi formación y me sorprendió la reacción de profesores y alumnos al descubrir que tenía ciertas capacidades para la interpretación. Me dieron matrícula de honor y me di cuenta de que quizás aquello era lo que yo estaba destinado a hacer. Sin embargo, en ningún momento pensé que mi vida sería ser actor. Recuerdo que al terminar mi examen final de carrera vino una de las personas del jurado y me dijo: “me gustaría hablar contigo, si no te importa pasarte por mi despacho”, era el director del Teatro Maria Guerrero, José Luis Alonso. Fui directo y me ofreció un papel en la obra que inauguraba la temporada de aquel teatro: Romance de lobos de Valle Inclán.
Este fue tu inicio, pero ¿cómo ves a los jóvenes que empiezan ahora?
Yo tuve mucha suerte y nunca tuve que golpear puertas. Creo que los jóvenes lo tienen mucho más difícil ahora porque la estructura de incorporación a ese oficio, y el oficio en sí, ha cambiado mucho. No sé si entonces era más o menos precario que hoy, pero antes cuando entrabas en una compañía de teatro te quedabas trabajando perfectamente durante 8, 9 o 10 años. En aquella época había mucho más teatro privado que teatro público, había muchas más compañías y sólo había que golpear las puertas y hablar con los empresarios que las gestionaban, que eran los primeros actores y actrices que invertían su dinero. Te entrevistaban y, con un poco de suerte y si había plaza, entrabas a realizar un meritoriaje. Es curioso porque entonces tenías que hacer méritos y ahora son los méritos quienes te abren las puertas a través de los castings abiertos.
«Hoy hay más oportunidades para trabajar que antes, pero al mismo tiempo es más difícil llegar al éxito»
El oficio se ha democratizado más y creo que hoy hay más oportunidades para trabajar que antes, pero al mismo tiempo es más difícil llegar al éxito y hacerte un nombre. También me parece muy bien la forma en que las nuevas generaciones se están moviendo. No se están en casa esperando la llamada de trabajo, sino que se juntan tres o cuatro y se convierten en emprendedores. Actualmente, también existe un ecosistema de salas pequeñas que permite que los jóvenes tengan espacios y puedan presentar sus trabajos públicamente. Esto favorece que tengan la oportunidad de crecer. Antes no existía esto. El teatro no sirve para nada, sino hay un espectador que lo esté viendo.
¿Tú habrías sido uno de esos “jóvenes emprendedores” si hubieras nacido hace menos años?
Sí, seguramente. Yo soy muy curioso, inquieto, quiero hacerlo y probarlo todo. Seguramente, si tuviera 20 años, habría estudiado en el Institut del Teatre y estaría luchando con un grupo de amigos para hacer una compañía y buscar el espacio para conseguir mostrar nuestro trabajo al público.
Para las nuevas generaciones las redes sociales son también un escaparate público.
Éste es el punto más negro de mi biografía (ríe). Voluntariamente, decidí hace unos años que no quería saber nada. Tienen grandes ventajas pero también grandes defectos. Entiendo que es una herramienta muy importante para las nuevas generaciones de artistas, pero son perversas. No entiendo, y me consta que es cierto, que haya repartos que se conforman en función del número de seguidores que tienen las actrices y los actores en sus redes. Me parece muy bien que cada uno se publicite y se dé a conocer a través de ellas, pero nada más allá. Lo relevante para mí es el talento, la preparación o las propias capacidades.
Hay una gran diferencia entre ser actor, y entender la vida de una forma determinada, y trabajar de actor. Hoy en día existen muchos jóvenes artistas confundidos que sólo quieren ser famosos y protagonizar series en las grandes plataformas, pero hay otras que tienen la necesidad de contar una historia y se arriesgan a llevar sus producciones, pequeñas pero comprometidas, en salas de proximidad a cambio de poco dinero. Las motivaciones son muy distintas.
Sí más de una vez, pero hacerlo significaba renunciar a mi oficio. He pasado meses viviendo allí, pero nunca me he quedado porque soy consciente de que ser actor en ciudades como estas es muy complicado y más siendo extranjero. La forma de vida de los neoyorquinos y los londinenses me gusta mucho, me hace sentir muy cómodo.
¿Eres más libre en Londres y en Nueva York?
Mucho, mucho más. Sin duda. Siempre me ha pasado y no sólo durante el franquismo, sino también durante la España de la primera democracia. Ahora me está pasando algo contrario, creo que es cuestión de la edad, cuando estoy ahí siempre surgen las ganas de volver. Estos son síntomas de vejez y me cabrean un poco. No me gustaría perder el espíritu aventurero, me gustaría no dejar nunca de viajar.
Volviendo a tu carrera. A finales de los 80 vuelves a Barcelona.
En 1987 fui por primera vez a Barcelona a hacer teatro en catalán. Yo vivía en Madrid y me contrataron del Centre Dramàtic de la Generalitat, en ese momento dirigido por Hernan Bonnin en el Teatre Romea. Estrené Así es (si así os parece) de Pirandello (1987) y tuvo mucho éxito. Luego llegó Lorenzaccio (1988), con Flotats, o La corona de espinas (1994). Empecé a combinar el trabajo en Madrid y Barcelona. Volver a Barcelona fue fundamental y cambió la orientación de mi carrera.
¿Hay algún personaje que te haya marcado especialmente?
Quizás no tanto en aquella primera época, pero sí más adelante. En 2003 Calixto Bieito me propuso hacer alguna obra. «La que tú quieras», me dijo. Lo tuve muy claro: Skylight de David Hare. Lo acababa de ver en Londres y ese personaje me enamoró, fue muy importante porque creo que me convirtió en un actor más adulto. Un año después llegó El rey Lear también con Bieito. Ésta es un personaje que marca la carrera de cualquier actor y me sentí muy afortunado de poder interpretarlo con cincuenta y pocos años. Es un personaje clave en el ámbito personal y profesional.
A partir de entonces muchos personajes han sido cruciales para mí: Sòcrates (2015), el capitán Ahab en Moby Dick (2018) o Cicerón (2019). Este conjunto de personajes que he hecho en estos últimos años, que son más que humanos, han ayudado a dar una imagen mía al público muy potente.
Andreu, el protagonista de El Padre, también ha calado mucho tanto en el público como en mí. Te confesaré que alguna vez, durante estos últimos tres meses y estando encima del escenario, he llegado a pensar que toda mi carrera estaba predestinada a hacer este personaje a mis 79 años. Este personaje me está dando mucha felicidad, me siento muy completo haciéndolo. No es ninguna pedantería, pero rara vez me había sentido tan implicado emocionalmente con un personaje. No tengo ningún síntoma de Alzheimer, pero entiendo tan bien a este hombre que se da cuenta de que está perdiendo su dignidad y que no puede hacer nada por revertirlo. En este momento de mi vida, no me cuesta técnicamente darlo todo en cada frase que digo. Cuando veo la catarsis que se produce con el público en cada función, me acojona. Nunca había visto nada similar.
«Me gusta el teatro que ayuda al público a comprenderse mejor como persona»
Siempre has dicho que eliges las obras no pensando en tu lucimiento, sino por los temas que tratan y que tú querrías ver como espectador. ¿Cuáles son los temas que te interesan?
Todos aquellos que tienen que ver con «ser o no ser», es decir, todos aquellos que plantean los problemas del ser humano. Me gusta el teatro que ayuda al público a comprenderse mejor como persona y entender su entorno. El teatro que coloca al individuo dentro de la sociedad. El teatro que abre sus puertas.
¿Son los temas que interesan al público de hoy?
Yo creo que sí. Lo importante es que el público se reconozca con lo que ve en el escenario. Éste es el teatro que me gusta: lo que remueve, lo que consigue que el público salga del teatro transformado.
En una entrevista has comentado que «el teatro es un espejo que se pone delante de la sociedad para que se mire y que actúe en consecuencia». Como director artístico de teatros como Goya o Romea, ¿qué responsabilidad tienes con el público?
He intentado programar las obras que he considerado que mejor servicio pueden realizar al público a la hora de entender el momento histórico y social que están viviendo. Pero no sólo eso, también he intentado combinar estas obras con otras del repertorio de clásicos universales que me han parecido interesantes.
Has comentado en alguna ocasión que nunca anunciarás tu retirada, que nunca nadie sabrá que esa será tu última función. ¿Cómo te gustaría que fuera ese día?
Me gustaría que fuera un día íntimo, muy mío. Quiero disfrutar de mi última función solo, es decir, sin que nadie lo sepa. Solo yo sabré cuál será la última noche que pise el escenario. Siempre me lo he imaginado así, aunque nunca se sabe qué puede pasar hasta entonces porque a cierta edad pueden salir complicaciones como la salud… Cuando pienso en ese día me viene a la cabeza una frase muy teatral: “Hacer mutis por el foro”, que significa desaparecer discretamente por el fondo del escenario, sin que nadie se dé cuenta. Quiero marchar sin llamar la atención, mientras la acción en escena continúa.