La enciclopedia del dolor. Tomo I: Esto que no salga de aquí

La enciclopedia del dolor. Tomo I: Esto que no salga de aquí

La enciclopedia del dolor. Tomo I: Esto que no salga de aquí es un espectáculo creado y dirigido por Pablo Fidalgo.

Sinopsis

Mi madre decía siempre la frase “Esto que no salga de aquí”. Lo decía para explicar que algo no debía ser hablado fuera de la casa o de la familia. Recuerdo muchos gestos, desde la autoridad familiar o escolar, para apagar el deseo. Gestos para mantenerse en silencio. Gestos para no decir, para callar, para reprimir. Gestos que, de una manera u otra continuaban la represión de la dictadura. Entonces, el 31 de mayo de 2021, veo la noticia en el periódico. La puerta del colegio al que fui durante 12 años, los casos de abusos desde los años 60 hasta hoy. ¿Si yo estaba allí, lo viví yo también? ¿Qué memoria hay en mi cuerpo de aquellos años? ¿Qué es lo que se ha borrado?

Intento hacer memoria del colegio y no recuerdo ningún abuso directo, sin embargo, sí soy capaz de recordar muchos momentos extraños, vinculados a actividades deportivas especialmente. Recuerdo un año, 1994, en que sufrí bullying (en aquel momento esa palabra simplemente no existía). Recuerdo que muchos compañeros que también lo sufrieron se fueron del colegio. Recuerdo haberle pedido a mi madre que me sacase del colegio. Recuerdo la violencia verbal y física de los profesores y entre los alumnos. Este trabajo solo puede tener la forma de una guerra contra uno mismo, una guerra por recordar, por arrojar luz sobre un periodo de la vida en el que uno solo quería borrar las cosas que iba viviendo.

Han pasado casi treinta años desde entonces. Me sigo acordando de los olores. Me sigo sabiendo de memoria los nombres de todos y los apellidos de cada uno de mis compañeros. Sigo recordando prendas de ropa. Alguien me dice, solo es maltratado en el colegio aquel que conoce el maltrato en su propia casa.

Eramos hijos de familias cerradas sobre sí mismas. Hijos del silencio, la represión y la dictadura. De un dolor que se transmite de una generación a otra. Y esa represión del colegio era lógica, formaba parte de una misma historia: lo importante era aprender a obedecer para sobrevivir.

En el colegio cada uno tiene su propia vida, su propia historia de supervivencia. En el colegio aprendimos a construir un relato ajeno, con unas reglas propias, incapaces de identificar el bien y el mal.  Cuando cumplo 16 dejo los estudios, rompo con todos ellos. Tiempo después mis compañeros me cuentan que los últimos días del curso se reunían todas las noches para tirar bolsas de basura al patio del colegio. Uno de los abusados por los maristas en los años 70 confiesa que durante años han ido a orinar en la tapia del colegio como último gesto. Muchos abusadores están muertos, algunos están vivos. Muchos delitos han prescrito, pero sigue habiendo un rencor y una rabia infinita.

Cuando vi el colegio de los Maristas de Vigo en la portada de El país pregunté por todo el barrio si alguien había dicho algo, si algo se había movido. Sin embargo, en el café, en la pastelería de al lado, en el supermercado…en ningún sitio se habla del tema. E inmediatamente volví a pensar en la frase de mi madre “Esto que no salga de aquí”.

No fue un caso aislado. En toda la ciudad hubo muchos casos, y los casos y las condenas siguen hasta hoy. Como si en la ciudad hubiera una lacra que tocaba las vidas y las destruía desde los propios colegios. ¿Miró toda la ciudad, miles de familias y de personas, para otra parte? ¿Estaban todas esas personas justificando el abuso? ¿Cómo puede un niño estar indefenso durante tantos años?

Hay algunos detalles que se repiten en todas las historias: era imposible saber el nombre real de los abusadores, se escondían siempre en motes o en sus nombres religiosos.

Aquellos que han denunciado jamás han sido apoyados, muchos no dan la cara ni su nombre porque saben el inmenso poder que la iglesia tiene en las pequeñas ciudades de provincia de España. Tuvo que ser un medio nacional, El País, el que pusiera nombre e imágenes a todo lo sucedido, pero la prensa local solo desautoriza y se niega a continuar las investigaciones. Esta pieza existe para dar voz a ese drama, para estudiar profundamente un tipo de estructura académica que se asentó en el franquismo y que después nunca hizo su transición. Es decir, esta pieza existe para acabar con el miedo y con el silencio.

Quizá siempre llega el momento en que una ciudad podrida, una sociedad podrida, se enfrenta a su verdad. Siempre llega el momento en que ya no se puede mirar a otra parte. En que alguien pregunta con claridad, ¿qué mundo nos dieron y qué mundo estamos dejando?, ¿qué herencia insoportable nos estamos pasando desde hace cuánto? Lo que cargo un día ya no lo voy a poder cargar más. Lo que cargo un día va a caer sobre mí. Lo que oculto un día no lo voy a poder ocultar. Por eso hablo, por eso existe esta obra. Esto, finalmente, saldrá de aquí.

Sinopsis

Mi madre decía siempre la frase “Esto que no salga de aquí”. Lo decía para explicar que algo no debía ser hablado fuera de la casa o de la familia. Recuerdo muchos gestos, desde la autoridad familiar o escolar, para apagar el deseo. Gestos para mantenerse en silencio. Gestos para no decir, para callar, para reprimir. Gestos que, de una manera u otra continuaban la represión de la dictadura. Entonces, el 31 de mayo de 2021, veo la noticia en el periódico. La puerta del colegio al que fui durante 12 años, los casos de abusos desde los años 60 hasta hoy. ¿Si yo estaba allí, lo viví yo también? ¿Qué memoria hay en mi cuerpo de aquellos años? ¿Qué es lo que se ha borrado?

Intento hacer memoria del colegio y no recuerdo ningún abuso directo, sin embargo, sí soy capaz de recordar muchos momentos extraños, vinculados a actividades deportivas especialmente. Recuerdo un año, 1994, en que sufrí bullying (en aquel momento esa palabra simplemente no existía). Recuerdo que muchos compañeros que también lo sufrieron se fueron del colegio. Recuerdo haberle pedido a mi madre que me sacase del colegio. Recuerdo la violencia verbal y física de los profesores y entre los alumnos. Este trabajo solo puede tener la forma de una guerra contra uno mismo, una guerra por recordar, por arrojar luz sobre un periodo de la vida en el que uno solo quería borrar las cosas que iba viviendo.

Han pasado casi treinta años desde entonces. Me sigo acordando de los olores. Me sigo sabiendo de memoria los nombres de todos y los apellidos de cada uno de mis compañeros. Sigo recordando prendas de ropa. Alguien me dice, solo es maltratado en el colegio aquel que conoce el maltrato en su propia casa.

Eramos hijos de familias cerradas sobre sí mismas. Hijos del silencio, la represión y la dictadura. De un dolor que se transmite de una generación a otra. Y esa represión del colegio era lógica, formaba parte de una misma historia: lo importante era aprender a obedecer para sobrevivir.

En el colegio cada uno tiene su propia vida, su propia historia de supervivencia. En el colegio aprendimos a construir un relato ajeno, con unas reglas propias, incapaces de identificar el bien y el mal.  Cuando cumplo 16 dejo los estudios, rompo con todos ellos. Tiempo después mis compañeros me cuentan que los últimos días del curso se reunían todas las noches para tirar bolsas de basura al patio del colegio. Uno de los abusados por los maristas en los años 70 confiesa que durante años han ido a orinar en la tapia del colegio como último gesto. Muchos abusadores están muertos, algunos están vivos. Muchos delitos han prescrito, pero sigue habiendo un rencor y una rabia infinita.

Cuando vi el colegio de los Maristas de Vigo en la portada de El país pregunté por todo el barrio si alguien había dicho algo, si algo se había movido. Sin embargo, en el café, en la pastelería de al lado, en el supermercado…en ningún sitio se habla del tema. E inmediatamente volví a pensar en la frase de mi madre “Esto que no salga de aquí”.

No fue un caso aislado. En toda la ciudad hubo muchos casos, y los casos y las condenas siguen hasta hoy. Como si en la ciudad hubiera una lacra que tocaba las vidas y las destruía desde los propios colegios. ¿Miró toda la ciudad, miles de familias y de personas, para otra parte? ¿Estaban todas esas personas justificando el abuso? ¿Cómo puede un niño estar indefenso durante tantos años?

Hay algunos detalles que se repiten en todas las historias: era imposible saber el nombre real de los abusadores, se escondían siempre en motes o en sus nombres religiosos.

Aquellos que han denunciado jamás han sido apoyados, muchos no dan la cara ni su nombre porque saben el inmenso poder que la iglesia tiene en las pequeñas ciudades de provincia de España. Tuvo que ser un medio nacional, El País, el que pusiera nombre e imágenes a todo lo sucedido, pero la prensa local solo desautoriza y se niega a continuar las investigaciones. Esta pieza existe para dar voz a ese drama, para estudiar profundamente un tipo de estructura académica que se asentó en el franquismo y que después nunca hizo su transición. Es decir, esta pieza existe para acabar con el miedo y con el silencio.

Quizá siempre llega el momento en que una ciudad podrida, una sociedad podrida, se enfrenta a su verdad. Siempre llega el momento en que ya no se puede mirar a otra parte. En que alguien pregunta con claridad, ¿qué mundo nos dieron y qué mundo estamos dejando?, ¿qué herencia insoportable nos estamos pasando desde hace cuánto? Lo que cargo un día ya no lo voy a poder cargar más. Lo que cargo un día va a caer sobre mí. Lo que oculto un día no lo voy a poder ocultar. Por eso hablo, por eso existe esta obra. Esto, finalmente, saldrá de aquí.

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