“Antígona, en verdad, no se suicidó en su tumba, según Sófocles, incurriendo en un inevitable error, nos cuenta”. Con estas palabras inicia María Zambrano su obra La tumba de Antígona (1967), una pieza teatral que aúna filosofía y literatura. En esas palabras iniciales se despliega el sentir zambraniano en todo su esplendor: esperanza, tiempo, delirio, amor.
Sinopsis
Esperanza como el último sustento de la vida que permite germinar en conocimiento; tiempo para que la conciencia despierte; delirio para encontrar vínculos con la realidad cuando la realidad impide enraizar en ella la existencia; amor como sueño y sacrificio y promesa.
Estos ingredientes cuestionan el canon de manera radical, pues que Antígona no sólo no se quita la vida, sino que encuentra espacios de tiempo en su delirio con los que poder renacer. ¿No estamos acaso ávidos de nacer del todo? ¿De encontrar razones del corazón a la sinrazón de los tiranos? ¿No tendremos enterrada viva una Antígona cada una de nosotras?