En Site specific Pedro G. Romero invita a cuatro artistas flamencos y ligados a las artes vivas a crear a partir de esa mesa que se pone a dos patas para generar nuevas quimeras, siguiendo la metáfora tan literal de Marx.
Sinopsis
La cordobesa Úrsula López baila en una imprenta de Algeciras, su tierra de adopción (las imprentas, esos lugares de transcripción y difusión de la escritura revolucionaria, que también combinan, por qué no, esa parte del misticismo literario y el trabajo duro). Úrsula bailará en persona en torno a La mesa china, que precisamente nació de un diálogo con Pedro G. sobre una pequeña mesa de té, con volutas y adornos. Un pequeño fetiche que “casi le cabía en el bolso” y que era una ganga. La encontró por menos de 30 € en internet. Ahí la coreografía y el peso de lo real se tensiona: nos lleva también a la economía colonial del s. XVIII, cuando estos objetos empiezan a convertirse en mercancía, casi bibelot.
Antonio Molina, “El Choro”, elige la mesa de bar de una carbonería de la calle Parras, en Sevilla. Su pieza, La mesa que juega, apela a esa confusión, también constante en el flamenco, entre salario, juego, fiesta. Un lugar lleno de hollín, humo y carbón en el que particularmente también se celebran actos culturales. “El día que lo hicimos con el Choro fue muy temprano, quizá muy temprano para un flamenco. Peligraba el local”. Se busca en este juego el valor de la obra de arte, que no es tanto la mercancía como la cualidad de objeto vivo. Que no tiene una biología, pero sí una determinada biografía.
Leonor Leal se acerca en La mesa que trabaja a un vivero de Dos Hermanas, en su Sevilla natal. Zapatea sobre una mesa de mediados del s. XX, que termina destrozando. Metafóricamente, el vivero de plantas está relacionado con la ordenación de lo natural y la sistematización del crecimiento de eso que llamamos flora. Curiosa la comparación con lo que hace cualquier coreografía, que es de alguna manera violentar el orden natural (si es que existe tal cosa) del movimiento humano. La art- iculación del cuerpo, en su etimología original: arte, técnica, engranaje.
Un lenguaje corporal que, en el caso de Luz Arcas, es transcripción directa de los espíritus familiares. Literalmente: la mesa que ella eligió perteneció a su tío abuelo, que la utilizaba para hablar con su esposa fallecida. La mesa que habla se vincula también con el trabajo de Luz en cuanto a su relación con el pasado histórico y el contagio con otros códigos: lo preverbal, lo arcaico, lo que está fuera de nuestro mundo tangible. El vídeo que ella protagoniza tiene lugar en su Málaga natal, en el astillero de Caleta de Vélez. Justo ahí donde termina la tierra y empieza el agua. Atención a lo que ocurra en Conde Duque: cuando se programó en la fundación Kadist (París), la mesa terminó con los tornillos rotos.
Este espectáculo pertenece a la programación especial del Festival Supernova.