Al contrario que un niño, que siempre busca la luz, Pablo, el personaje protagonista de esta función, como un búho, se desenvuelve en la oscuridad para encontrar respuestas que le iluminen. Lo hacía en su trabajo como antropólogo forense y lo hace en el momento actual, en que se da de bruces con un montón de preguntas sin respuesta, que le abren un mundo de incertidumbre.
El personal y bellísimo universo plástico e interpretativo de Titzina, hace amable la aventura vital de Pablo (Diego Lorca, magnífico en su composición del personaje) en busca del hilo perdido del relato; de la memoria individual y antropológica; de una una luz desde la oscuridad.
Una búsqueda que solamente le ofrece mil preguntas y un hilo temporal del que tirar para imaginar posibles repuestas, esas que hoy se le escapan por completo y que en un momento fueron su razón vital más poderosa, aquella que le llevaba a analizar y explorar posibilidades que le acercaran a las razones del ser humano, y que ahora se le escapan nada más nacer.
Titzina genera un mundo onírico y poético en torno a la memoria, que conforma un espectáculo íntimo con momentos poéticos bellos y muy personales.