Es Cantando bajo la lluvia un espectáculo grande, que no grandioso, inocente, jovial, visual, evocador de un recuerdo colectivo simpático, que no aspira más que a aportar alegría, que no es poco. Àngel Llàcer y Manu Guix han asumido el riesgo de que el referente nunca se sabe si puede ayudar o restar y han ido a por todas con complejidad técnica (incontables cambios de decorados, de vestuario y la lluvia bien presente), muchos aciertos, como proyecciones que aquí aportan y mucho y no son, como tantas veces, un simple ahorro en escenografía, y dos actores en estado de gracia. No acaban de funcionar, sin embargo, las incursiones de intérpretes a un palco (distraen sin más) y alguna caracterización, como la del productor. Todo, en una propuesta que tiene algo de homenaje al casi extinto musical clásico: ¡Gracias!
El paso al cine sonoro de las estrellas del cine mudo (la parte divertida, que para la dramática ya tenemos -si alguien se atreve a producirla- Sunset Boulevard).
Tiene, como ese doblar la voz a un actor para que luzca más, algo de aparentar lo que no es en algunos aspectos: hay mucho menos claqué del que parece -calzar zapatos de claqué no es lo mismo que bailarlo-, percibimos una orquesta numerosa cuando son solo 9 músicos, perfectamente dirigidos por Andreu Gallén, y consigue que se aplauda a rabiar el mítico número de la lluvia cuando aquí no es un prodigio coreográfico, ni rastro del sentimiento desbordante y virtuosismo del original.
Miguel Ángel Belotto acierta con no caer en la imitación y cumple, como Diana Roig en la parte vocal y de baile. Ambos quedan eclipsados por Ricky Mata, magnífico en su comicidad y expresividad sin caer en ser cargante y, sobre todo, la soberbia Mireia Portas que recuerda que la base del teatro es el talento. Así, en una propuesta tan grande, el momento más celebrado, y por el que repetiré, sea donde brilla el talento desnudo de Mireia Portas. Delante del telón, sin escenografía, sin música, sin baile, en la escena de la clase de dicción. Su “no péedo acetáalo” al que abraza, engrandece, juega con él, comparte, improvisa… es, para mí, el momento no de la obra sino quizás del año.
Lo menos mejor: altibajos de ritmo, algún número demasiado largo (Moses supposes) o la ausencia en Madrid de la magnífica Sylvia Parejo en Beautiful Girl.
Lo mejor: propuesta disfrutable que no pretende competir con la película y sale airosa del recuerdo que de ella tenemos.