Desde hace exactamente 70 años, los cinéfilos tarareamos algo parecido a “Singin’in the rain” bajo la ducha cuando estamos contentos. Y algunos también nos levantamos al son del “Good Morning” para animarnos a tener un gran día. ¿Quiénes son los culpables de esto? Gene Kelly y Stanley Donen que, allá por 1952, estrenaron una obra maestra que ha quedado grabada en la memoria de muchas generaciones de todo el planeta. Una comedia musical deliciosa que se puede revisitar una y otra vez.
Así que yo, devoto fans de la película, acudí a ver esta adaptación teatral que se presentaba en el Teatro Nuevo Apolo, entre curioso y prevenido.
Tardé bien poco en rendirme a la función que se estaba desarrollando ante mis ojos, creciendo poco a poco, recogiendo la esencia de la comedia musical cinematográfica y presentándola brillante, vistosa, inteligente, bien contada y, sobre todo, maravillosamente interpretada:
Miguel Ángel Belotto, elegante y con brillo, resuelve con nota el difícil papel de dar vida a un personaje, el de Don Lockwood, que inmortalizó un monstruo sagrado como Gene Kelly;
Diana Roig es una Kathy Selden radiante y de preciosa voz y, como en toda comedia musical, los “cómicos” se llevan al público en el bolsillo: El Cosmo Brown de Ricky Mata es una auténtica barbaridad. Un grande bailando e interpretando, con un dominio del cuerpo y del gesto, absolutamente asombrosos. Una maravilla. Por último, la Lina Lamont que interpreta Mireia Portas es un chute de hilaridad. Maravillosa, se mete el patio de butacas en el bolsillo. No pude parar de reír con su clase de dicción.
Puede que alguna parte del público joven que acuda a ver la obra haya vivido toda su vida en una cueva incomunicada y por tanto no conozca la película. La entenderán y la disfrutarán tanto como los que nos la sabemos de memoria. Es un espectáculo altamente recomendable para la salud: genera felicidad y optimismo y provoca mucha risa. Y reír, dicen, alarga la vida. No se la pierdan.