Desde que Delibes fraguase la idea de escribir su novela allá por 1965, poco podía imaginarse que el éxito le vendría sobre las tablas y de la mano de una vallisoletana de pura cepa como él. Cinco horas con Mario y concretamente este magnífico e insuperable montaje de Josefina Molina se ha convertido por derecho propio en uno de los grandes e indiscutibles referentes de nuestro teatro. Acercarse a esta joya constituye sin exagerar un fenómeno histórico inigualable (lo dice un servidor, que ya la ha visto nada más y nada menos que cuatro veces). Lola Herrera ha quedado ligada de por vida a este personaje contradictorio, repleto de matices, y por ello más humano todavía de la misma manera que Vivien Leigh quedó ligada a Scarlett O’Hara. Suyo es hasta el punto de entrelazarse sus vidas, como apareció reflejado en la extraña e interesante película/documental Función de noche (1981), también de Josefina Molina, donde se nos contaba la difícil situación personal que atravesó la actriz (la separación de su marido, Daniel Dicente) mientras representaba la obra de Delibes. Como se encargó de explicar la propia Herrera en una entrevista, la cinta, que se ha revalorizado con el tiempo, convirtiéndose en un paradigma del cinema vérité en nuestro país, no fue bien acogida al principio por algunos de sus compañeros, que consideraron que lo que hacía era airear sus trapos sucios. Al margen de la «polémica», no cabe duda del enorme talento de Herrera, quien posiblemente sea una de las tres mejores actrices españolas junto con Nuria Espert y Concha Velasco. El argumento de la obra, de sobra conocido, nos presenta a Carmen Sotillo velando el cuerpo de su esposo. Las acciones se nos dibujan a través de las evocaciones de Carmen y es con su confesión (cargada de reproches y algún que otro remordimiento) que conocemos los entresijos de ese matrimonio y con él los entresijos de esa pacata España de los años sesenta cuyos habitantes se debatían entre la tradición y esos primeros y tímidos pasos hacia la modernidad. Menchu deja de ser personaje y se convierte en persona gracias a la maestría de una actriz que se aleja del estereotipo con su interpretación. En su monólogo dramático/cómico Carmen es verdugo, pero al mismo tiempo víctima del clasismo más casposo y de esa moral asfixiante demasiado preocupada por el qué dirán y que encuentra notables paralelismos con otros dos de los grandes personajes de nuestra literatura, las autoritarias e intransigentes Doña Perfecta de Galdós y Bernarda Alba de García Lorca. Hoy, 55 años después de su publicación, ese conflicto, materializado en la constante preocupación por lo que otros puedan decir, sigue y seguirá desgraciadamente más vivo que nunca.
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