Un descampado iluminado deja atrás la desesperanza; pasa a ser una acumulación de recuerdos y retratos de nuestra vida que nunca resulta lineal pero que puede resultar comprensible.
Partiendo de esta idea, Clàudia Cedó a través de un texto lleno de lirismo y de profundidad, sin necesidad de acudir a un dramatismo impostado que solamente hubiera resultado panfletario, se refugia en sus propios recuerdos para contar una historia con grandes puntos luminosos irradiados desde el alma.
Las palabras de Cedó en boca del elenco suenan en balanza. Entre ellos, destaca especialmente Maria Rodríguez como Júlia que expone una sensibilidad y saber hacer digno de una madre que trata de reconstruir sus entrañas. Sin duda, Anna Barrachina, David Menéndez, Xavi Ricart, Vicky Luengo y Queralt Casasayas otorgan la réplica al personaje de Rodríguez de forma generosa y empática, dirigidos en sincronía por Sergi Belbel.
De la escenografía de Max Glaenzel y la iluminación de Kiko Planas dimana, en convergencia con las palabras que flotan sobre el escenario, gran parte de la intención del texto en la superposición de planos, visiones, narrativas y escenas sucedidas en el tiempo de forma orgánica y diacrónica.
La madre, aún sin serlo a ojos de la ley por parir a un ser sin vida, también siente el mismo parangón vital que entraña la maternidad. Hablemos del desgarro y de las formas en las que combatirlo.