Confundir la edad a la que se deben leer obras literarias es un gran problema que puede lastrar la afición por la literatura y que ya existía cuando yo era un niño. Recuerdo que nos hacían leer Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez, o el Quijote, de Cervantes. Al menos de este último había una serie de dibujos animados que lo infantilizaba lo suficiente, sin perder su esencia, como para que le cogiéramos cariño al personaje. Y nos picara a algunos el gusanillo de leer la novela. Creo que algo así es lo que han intentado con Cuento de Navidad. Pero no todos los cuentos son para niños. Los de Charles Dickens desde luego que no lo son. Por mucha música, espumillón y personajes al estilo Disney que les pongas. Están a punto de conseguirlo, el patio de butacas estaba lleno de chiquillería que en su mayoría seguro que disfrutó del espectáculo. Pero se quedan a medio camino, ni del todo para peques, ni del todo para adultos.
Tal vez si el fantasma de Jacob Marley que advierte a Ebenezer Scrooge fuera un poco menos tétrico, y las escenas en vídeo con las que el espíritu de las navidades pasadas recuerda al protagonista su infancia y su juventud no tuvieran tanta intensidad, lo habrían conseguido del todo. El resto de la representación se adapta perfectamente a los cánones de un espectáculo infantil, aunque habría que advertir que a partir de ciertos años. Con menos de cinco o seis no tiene sentido, para ellos mejor un «Cantajuegos». En cualquier caso he de decir que por los aplausos de los asistentes el público salió bastante contento, y que es posible que el problema lo tenga yo porque haya perdido al niño que dicen que todos llevamos dentro.
Lo puramente técnico y artístico, con claros y sombras. El montaje sobre el escenario es sencillo, aunque eficaz, y resuelve muy bien la transición entre escenas. Lo suficiente para el tipo de público al que va dirigida la obra. Pero en la parte de los vídeos que recrean la visita a su pasado de Ebenezer Scrooge la escenografía falla, a pesar de ser un recurso en principio muy válido, tanto por el anacronismo temporal de las imágenes como por su estética. Tal vez estén a tiempo de cambiarlo, porque si no fuera por este detalle la representación prometería mucho, sobre todo en estas fechas en las que todos estamos ávidos de consumir este tipo de productos. Los actores, estupendos. Todos, pero voy a dejarme llevar por la nostalgia y por el chovinismo. Aparte de la niña que hace de Tim, la mejor voz sin duda sobre el escenario, Noa Arranz si no me equivoco, Antonio Albella, el protagonista, sobresale sobre el resto del elenco. Aunque puede que el hecho de que sea alcalaíno, medio paisano a causa de mi exilio, y que formara parte del grupo Locomía, recuerdo inseparable de mi juventud a pesar de mi condición de metalero, es probable que influya en mi objetividad y en que no sea ecuánime del todo. Aunque la ovación que recibió al final me confirma que lo más seguro es que no esté equivocado.