“El mío es el cuerpo más bonito que hasta el día de hoy -y por siempre jamás- se habrá encontrado en este lugar”
En un escenario vacío, con apenas un foco alumbrando al actor, Pere Arquillué, de negro, con una contención infinita y casi en un susurro íntimo, comienza con estas palabras el relato de un asesinato terrible y, a partir de este, el retrato de un paisaje social, contado en primera persona desde todos y cada uno de los 6 personajes que lo conforman, y que, desde cada personaje con su memoria selectiva, sus omisiones, sus relatos fragmentarios y cargados de saltos temporales, nos va a sumergir en un paisaje asfixiante, de medias verdades, vergüenza, sufrimiento, homofobia, racismo, abusos, desesperanza, deseos y culpas.
Josep María Miró, como en textos anteriores, no da tregua al espectador, que se obliga a ir componiendo el relato a partir de los indicios que cada personaje va susurrando a su oído, como piezas claves que ayudan a completan el puzzle de ese retrato colectivo.
Y, como en otros textos del autor, al espectador no se nos impone un juicio inmediato y único sobre los personajes; estos se nos van abriendo poco a poco en un complejo abanico de contradicciones, de dilemas morales, de luces y sombras, que hace que persigamos y acompañemos a los personajes con absoluta entrega.
Pere Arquillué hace una interpretación absolutamente contenida del relato, pasando de un personaje a otro con tal sutileza que cada nuevo personaje aparece tras una inflexión en la voz apenas perceptible o a raíz de un mínimo detalle revelador del texto. Una delicia verlo y una gozada ir descubriendo todos los rincones oscuros de estos personajes con él.
Cierto es que el texto y el tono de la interpretación exigen atención activa y cercanía. Recomiendo comprar entradas de las primeras filas. No sé si desde la fila 11 yo me hubiera visto inmerso con tanta contundencia en este relato maravilloso y terrible.