Casi 20 años después de su estreno, El Método Grönholm – ya un clásico, que no es nada fácil- no sólo sigue llenando plateas si no que sigue cumpliendo plenamente su objetivo: hacer llegar una comedia extremadamente inteligente, que provoca tantas risas como reflexiones (y nos invita a hacerlo al vernos reflejados en varios momentos) sobre hasta dónde estamos dispuestos a llegar, qué principios estamos dispuestos a renunciar para conseguir nuestro objetivo, donde aflora el patetismo y la mezquindad, por ejemplo. Como mezquinos son quienes proponen la prueba a que someten a los personajes.
A estas alturas es difícil que haya muchos espectadores que no conozcan la trama: un proceso de selección pérfido, donde cuatro aspirantes a un muy apetitoso cargo en una gran empresa mostrarán lo peor de sí mismos, sátira y crítica al “sistema” que incentiva la manipulación, estrategias ruines, sobrevivir en suma (a todo esto, si les interesa el tema, les recomiendo la novela Recursos inhumanos de Pierre Lemaitre) -aunque uno piensa que el método de selección de actores, por ejemplo, también puede caer en aspectos crueles como arbitrariedades, pruebas a veces hasta humillantes, competencia feroz entre aspirantes…-.
El texto es redondo. Con muchos elementos de comedia, ese experimento que es el proceso de selección va tornándose cada vez más exagerado en una espiral que no deja de ser creíble, con elementos de intriga. En esta nueva presencia en cartel (del 2020 aproximadamente en adelante) se ha acentuado más la parte cómica, los personajes son un poco más caricaturescos y el final es más optimista o “justo”. Novedades que realmente poco aportan más allá de un innecesario (ya era una pieza magistral) interés por hacer la obra algo más ligera y que el último impacto no sea tan duro.
El reparto, con ya muchas funciones a sus espaldas y el pulso cogido a los personajes, cumple sobradamente, aunque a Luis Merlo se le note en ocasiones entre desconectado y acelerado