Cuando José Sanchis Sinisterra escribió en 1986 ¡Ay, Carmela! no esperaba que esta pieza le acabaría dando las mayores alegrías, siendo una de las obras más representativas del teatro del siglo XX. Posiblemente muchos la conozcan gracias a la adaptación cinematográfica de Carlos Saura protagonizada por Carmen Maura y Andrés Pajares. Este magnífico montaje de Fernando Soto se mantiene fiel al texto original y nos presenta a Paulino (gran Santiago Molero, al que descubrí en la estupenda película Las leyes de la frontera (2021) de Daniel Monzón), un actor republicano, superviviente de la guerra civil, que un buen día recibe la visita del fantasma de su difunta esposa Carmela (maravillosa Cristina Medina en estado de gracia, que deja la urbanización «Mirador de Montepinar» de La que se avecina para encarnar a un personaje cómico y dramático al mismo tiempo). Con ella y su marido haremos diversos flashbacks para conocer el trasfondo de la guerra y las circunstancias de su muerte. Como sucede, por ejemplo, en una novela como Patria (2016) de Fernando Aramburu, al lector/público, sabedor del trágico final que aguarda a uno de los personajes, le pica algo de curiosidad (si se me permite el término) por querer conocer la verdad. La obra constituye un alegato en favor de la libertad, pero, por encima de todo, es una hermosa fábula que se mueve a medio camino entre el mundo de los vivos y el de los muertos para terminar siendo un grito por parte de aquellos que se niegan a ser olvidados.
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