Los alumnos del curso de 1959 del instituto Rydell han vuelto a Madrid.
Nos visitaron por primera vez en 1978 y entonces, como todos los adolescentes imberbes de Madrid, asistí a su fiesta en el desaparecido cine El Españoleto. Luego fuimos a la primera hamburguesería de Madrid, calle Princesa, donde con la consumición te regalaban el “single” con la canción más famosa de los chicos del Rydell: “You’re the one that I want”.
Fue un bombazo y un paso más en ese contagio cultural y de usos ( fiestas de graduación, hábitos alimentarios, Halloween..) que desembarcaron poco a poco a través del cine y de la música con éxitos populares como este que quedaron en el imaginario colectivo.
La clave es que el musical de 1972 en que se basaba la película nos apelaba hablando de un grupo de adolescentes del curso de 1959 que, en un entorno tan diferente al nuestro, no diferían demasiado de nosotros y no difieren tanto de los adolescentes de hoy; que se enamoran, que se unen en grupos afines y rivales, que conviven con la presión de su grupo, que lidian con la aceptación y la inclusión, que tienen la cabeza en las nubes y los pies alejados del suelo, que se ven adultos y maduros, que actúan con impulsividad y mucha fiesta y con el carpe diem como principio fundamental. Aquí bailan y cantan sus inseguridades, sus amores, sus alegrías y sus fracasos con precisión, con ritmo endiablado y coreografías cargadas de una energía contagiosa que desborda la escena e inunda el patio de butacas.
La versión “50 aniversario” que se puede ver en el Teatro Apolo de Madrid es bonita, con una escenografía sencilla pero solvente, llena de energía y muy divertida, haciendo énfasis en un cuerpo de intérpretes jóvenes con talento, que cantan bien y bailan aún mejor.
Los números corales y de baile son, sin duda, lo mejor de la obra. Las canciones ya son nuestras desde hace décadas, las tarareamos por dentro en inglés desde el patio de butacas y nos conectan con las generaciones muchísimo más jóvenes que, curiosamente, también se saben las canciones y esta historias de estudiantes americanos de hace 75 años. Me hace bien pensar que con este musical, los jóvenes que se acerquen al Teatro Apolo, lo mismo entienden mejor a sus abuelos como adolescentes e incluso piensan que podrían haber sido buenos amigos (o rivales) de instituto de haber coincidido en el tiempo. (Aunque hace 75 años la realidad aquí era algo diferente a la de los chicos y chicas de Rydell)
Adrián Lastra interpreta a una estrella de la radio, un ídolo de los chicos y chicas del instituto, un “influencer” de los 50, que ejerce de narrador, de hilo conductor de la historia, de confidente, de ángel de la guarda de las ovejas descarriadas ( magnífico el número con la soñadora Frenchie) y lo hace con todo el brillo y carisma que pide el personaje.
Grease es un espectáculo musical para todas las generaciones, un lugar de encuentro entre nietos y abuelos; un plan ideal contra el muermo y a favor de la alegría.