Cuando salí del teatro tuve la sensación de haberme montado en una montaña rusa. Me hipnotizaron durante el tiempo que duró el espectáculo, pues no podía apartar la vista del escenario. Uno de los conflictos de la obra sale a relucir ya en el minuto uno, algo muy interesante ya que hace que el espectador se enganche sin opción a divagar.
Antonio Hortelano, César Camino y Raúl Peña son, indudablemente, animales de escena. Maestros en contar historias, así como Gabriel Olivares que dirige siempre de una forma tan única y eficaz y Ramón Paso que ha conseguido adaptar con éxito la obra del dramaturgo francés Clément Michel.
Aunque, debido al texto original, trata temas o hace comentarios que no a todo el mundo, quizá, pueda agradar, es una comedia original, frenética, gamberra, hilarante, libre. Con giros sorpresivos y no tan sorpresivos mantiene la atención y las carcajadas desde el principio. Es un texto que no pretende contar nada, a mi parecer, trascendental. Lo único que pretende es que pases un buen rato, que te sorprendas, que veas algo original, fresco, divertido… Y que vigiles muy de cerca a tus amigos…
No solo consiguen que te rías con el texto y con la interpretación: el montaje y el juego de luces también forma parte de la comedia de una forma muy original.
La interpretación es exquisita. Los tres se escuchan a la perfección, están siempre alerta en escena, libres, disfrutando, con una energía desbordante. Cuando ves esta obra te das cuenta de la magia del teatro: cuando un equipo consigue contar una historia que parece desordenada, loca, improvisada… Pero, en realidad, tiene un orden y un ritmo interno muy trabajado e imprescindible para que funcione, para que brille, para que salgas del teatro sin haberte dado cuenta de que te han abducido y te han llevado a otra realidad.