Pues de eso que, en una tarde tonta de jueves, entras al Pavón a ver una obra y una señora (que ya quisiera yo a mi edad verme como se ve ella a la suya) te da una clase de interpretación en lo que Rafa Nadal tarda en sacarse el calzoncillo del derriere. Madre mía. La obra podría haber sido «Bob Esponja y sus aventuras en el Primark» y la Sánchez-Gijón se habría salido del mapa igual.
El tema, sencillito y a la vez complejo, da para mucho debido a las posibilidades multiprismáticas (es fácil que me haya inventado esta palabra) de la obra en sí. La escenografía muy acertada y simple -que la Marie Kondo entra ahí y pide la baja por depresión porque no tiene nada que ordenar-, pero muy a favor de la historia y con el propósito de también contribuir con sus movimientos a las emociones que se van generando.
No apta para personas que quieran una historia clara, con un principio y un final, con una estructura de las tradicionales a lo «Teo en la Granja». Esta obbbbbbbbbbbbbbbbbbbggggggggggddd… Perdón, ha sido mi gato. Decía que esta obra te cuenta la historia desde muchos puntos de vista y, lo que es mejor, no te dice cuál es el real. Así es que, si has quedado para ir a verla con una amiga, ya podéis tomaros un café antes de la función para chismear todo lo que sea necesario, porque después no vais a hablar de otra cosa que no sea la obra y sus posibles interpretaciones.
Pero vamos, que aunque sólo sea por ver el trabajo de Aitana (la llamo así porque en mi cabeza ya somos amigas) ya merecería la pena ir a ver esta obra. Un personaje complejo y con un viaje emocional tan variado que no sabes si llamar a la policía o llevártela a tu casa a merendar.
Recomiendo la obra pero, sobre todo, recomiendo a la actriz.
