La madre es la primera obra de una trilogía , creada por el dramaturgo francés Florian Zeller, dedicada a la familia. En esta obra Zeller se plantea si una madre puede amar demasiado. Ella ha construido su vida alrededor de él y tras su marcha de la casa familiar, sufre el síndrome del nido vacío, a la vez que debe analizar el verdadero vínculo con su marido.
El texto de Zeller es complejo pues presenta una estructura fragmentada y repetitiva que persigue recrear el pensamiento de Anne, una madre sumida en una profunda tristeza y obsesión por todo y todos aquellos a los que ya no puede controlar. Ella ha dedicado y centrado su vida entera a la crianza de sus dos hijos y muy en especial a su hijo predilecto, Nicolás, y cuando el joven de 25 años abandona el hogar ella también se siente abandonada e incluso como llega a afirmar ‘estafada’. Su hijo no contesta siempre a sus mensajes ni le coge de forma constante las llamadas y esa pérdida de control y falta de apego sumen a Anne en una fuerte depresión. Combina las pastillas con el alcohol para poder hacer más llevadero su día a día y es a partir de ese estado mental desde nos muestra Zeller sus pensamientos, a través de versiones repetidas de una misma situación donde ella se desenvuelve de manera muy diferente. Se puede ver a una Anne que se atreve a decir con totalmente franqueza y sin miramientos lo que piensa, pero también a una mujer contenida que acepta la realidad de quienes la rodean, a pesar de no estar de acuerdo con esas posturas. Con independencia de la opinión, o incluso de la propia vivencia, que cada espectador pueda tener de cómo afrontar la maternidad o simplemente de cómo encarar la vida como personas individuales completas, el personaje de Anne plantea un viaje a la oscuridad y al vacío existencial que cualquier persona puede sentir cuando ha entregado todo lo que tiene y lo que es a un único propósito vital, sea cual sea este.
Aitana Sánchez-Gijón está sencillamente soberbia. Ha construido con brillantez a una madre, que transita una serie de estados de ánimo muy extremos que no son sencillos de mantener con credibilidad y con gran sentido de verdad. No solo es todo lo que expresa a través de sus palabras, sino que sus gestos, sus silencios hablan por sí solos e imprimen mucha verdad escénica. Aitana es la auténtica protagonista del espectáculo si bien está muy bien acompañada por Álex Villazán en el papel de Nicolás, el niño de sus ojos, que ha construido a un joven con la solvencia y fuerza propias a las que nos tiene acostumbrados este talentísimo actor. Cumplen también muy bien y con credibilidad Juan Carlos Vellido como Pedro, el marido de Anne y Júlia Roch como Elisa, la novia de Nicolás.
La escenografía sencilla y blanca, con una grieta grande y muy blanca que atraviesa esa gran pared móvil, metáfora bella de una cicatriz de vida, que recuerda en todo momento a ese blanco nuclear de los hospitales va siempre a favor y contribuye a intensificar la profundidad de los pensamientos de la madre. Junto a la puesta en escena acompaña la música a dramatizar aún más las situaciones y marcar las diferencias en las distintas repeticiones. Y ante todo es la palabra la que lleva el peso escénico en este viaje interno al pensamiento destructivo y de obsesión de Anne.
La madre es una obra dura y sin concesiones que plantea al espectador un recorrido psicológico totalmente descarnado con unas interpretaciones magníficas encabezadas por una magistral Aitana Sánchez-Gijón.