Imposible no elogiar el trabajo que Alfredo Sanzol ha realizado con La ternura, texto por el que ha resultado este año ganador del Premio Valle-Inclán, tejiendo este traje ‘Shakesperiano’ a una historia que bebe y homenajea al Bardo con constantes referencias a los títulos de sus obras, las cuales realizan cameos a lo largo y ancho de la función. Un texto ágil y tremendamente divertido, que va in crescendo hasta acabar en un delirio de fuegos artificiales que arranca carcajadas y aplausos. La ternura guarda en su interior un mensaje absolutamente actual, que invita a la tolerancia y a dejarse llevar por los sentimientos, por extraños que estos nos parezcan, y que cuanto más ‘desetiquetados’ nos resulten ¡mucho mejor!.
La Ternura es al teatro lo que una tarta de limón a la gastronomía; tiene esa textura merengosa que en boca se descubre cremosa, más sólida, y gratamente ácida, que hace salivar de gusto, arrancándote casi un suspiro de placer, que provoca que la devores con glotonería y que, al acabar, deseas que quede una porción más para poder repetir.
¿Y ese elenco? Tan disfrutón, revoltoso, pasándose de vueltas tan acertadamente y a la vez tan… ¡tierno! ¡Claro que sí! Paco Déniz, Elena González, Natalia Hernández, Javier Lara, Juan Antonio Lumbreras y Eva Trancón. Un sexteto que funciona con precisión, que entiende y saca lustre a las propuestas de dirección, aumentando exponencialmente las posibilidades de este montaje.
La Ternura se me descubrió chispeante, luminosa, juguetona, bienintencionada y emocionante ¡Un chute de positivismo que disfruté bien a gusto!