Este montaje lleva días en mi interior, dejando un poso que poco a poco voy descifrando. Empezaré diciendo que el movimiento, el ritmo marcado y la interpretación del elenco son sublimes. Consigue desde el principio esa expectación que te mantiene alerta, que te adentra en la historia y te empuja a necesitar saber más. Un texto lleno de silencios que comunican y de palabras que crean ruido.
Pero lo que te acompaña durante días es su planteamiento, la reflexión que propone. Un texto que cuestiona el concepto de lo que creemos como «realidad» y, como consecuencia, que cuestiona el concepto de la vida y de la muerte. ¿Es la realidad exactamente como la percibimos? ¿Puede esa realidad cambiar dependiendo de lo que pensamos? ¿Lo que creemos puede crear? ¿Hasta qué punto lo que escuchamos a nuestro alrededor afecta a cómo percibimos nuestra realidad? ¿Es lo que nos rodea un acto de creación colectiva que va más allá de lo físico? ¿Qué significa lo que decimos? ¿Se encuentra la verdad en la palabra? ¿Es todo lo que decimos mentira? Y podríamos seguir preguntando.
Pablo Messiez trabaja a partir de la película Ordet, de Dreyer para «darle la vuelta al espectador», para poner a prueba su fe, para provocar que, quizá, se replantee su entorno y sus pensamientos. Sus creencias. Me parece una propuesta muy valiente y arriesgada por parte del dramaturgo y director, sobre todo en estos tiempos en los que parece que reina el fatalismo en nuestra sociedad, una sociedad que parece que ha perdido la fe en ella misma y no cree en los milagros.
Pero todo esto que te cuento no es más que palabras, no es más que ruido. Te invito a que vayas a sacar tus propias conclusiones de esta pieza que, a mi parecer, es un gran acierto.