Alberto San Juan está espléndido en un monólogo que dura hora y media y en el que se le ve totalmente hipnotizado, poseído por ese Lorca en Nueva York del que muchos sabíamos poco. Su presencia llena el escenario desde la primera palabra hasta la última.
Su espectacular trabajo va acompañado de La Banda -saxo, teclados, batería, contrabajo y guitarra- que enfatizan, abrazan y hacen crecer la palabra de Federico. Todo con música gana. Pero aquí, además, en su justa medida. Sólo donde el texto la pide y la agradece, sólo donde es natural. Sólo donde parece que ha estado siempre. Las luces hacen el resto para completar el viaje.
Por momentos, el texto puede ser un poco denso, pero este espectáculo tan original se sostiene de principio a fin si nuestros sentidos se entregan a la misma hipnosis que vive el actor sobre las tablas. Quien, por cierto, también dirige lo que estamos viendo.
Una experiencia que, sin duda, vale la pena, se conozca o no la obra del poeta. Una exhibición de talento para no olvidar