He tardado tiempo, desde que se estrenó, en acercarme a ver al coro de este «internado del fondo del estanque» en la versión escénica de la película francesa “Los chicos del coro”, de éxito más que considerable cuando se estrenó hace ya dos décadas.
Y la verdad es que nunca es tarde si la dicha es buena: el musical es una entrañable adaptación de aquella película, que contenía muchas claves que iban a tocarnos necesariamente la fibra.
Con la presentación de Pépinot (Pepín) ese niño entrañable que niega su abandono, su orfandad, y pone al público con un nudo en la garganta nada más empezar, comienza la obra para, poco a poco, ir presentándonos a un elenco de niños y adolescentes perdidos y abandonados en sus frustraciones por un sistema educativo que no cree en ellos, que es cruel, severo, dirigido sin vocación, sin fe en su capacidad de transformación y basado en la respuesta a la violencia con violencia, con el castigo y la desesperanza. El director, Rachin, llama a este sistema de terror “acción-reacción».
La esperanza en el cambio, en otro modo de hacer, llega con un profesor, el señor Mathieu, y con su fe en el poder de la música para que, con ella, hasta el adolescente más hormonado y confuso pueda encontrar la armonía y creer en los demás y en sí mismo.
En esta versión musical, a los chicos del fondo del estanque se unen cuatro niñas que aportan cuatro preciosas voces al coro y una soberbia y muy cómica directora a su cargo, que va a ir adoptando los métodos del señor Mathieu.
Tal vez tenga Los chicos del coro más diálogos que un musical convencional (lo que contribuye en parte a que la historia discurra con más ritmo) pero guarda bonitas canciones que llevan a un tramo final cargado de piezas corales más que conocidas, pertenecientes a la banda sonora original de la película, que vuelven a emocionar hasta la lágrima a un público entregado en la despedida de esos entrañables chicos y chicas del fondo del estanque con los que han compartido miedos, inseguridades, diversión y empatía durante algo más de dos horas.
Una escenografía bonita y un estupendo diseño de iluminación del fantástico Juanjo Llorens arropan a un elenco que en la función a la que acudí hicieron un trabajo de interpretación sensible y emocionado.
Un bonito espectáculo, entrañable y muy apto para familias que quieran salir con el esbozo de una sonrisa, un nudo en la garganta y muchas ganas de abrazarse.