Si hubiera una pirámide donde estuviera la historia de los musicales, «Los Miserables» estaría en la cúspide siendo el epítome de todos ellos. Es un musical completamente cantado pero sin restar credibilidad, ni interés ni fuerza. Lo que se está representando en el Teatro Apolo es una oda a la perfección teatral. Desde la música hasta la acción, la historia, la interpretación, la iluminación y la energía que se respira.
El segundo de silencio que hay cuando termina de cantar un actor o actriz es oro puro y lo dice todo; es como si se hubiera detenido el tiempo, se respira la energía y la emoción y nadie osa hacer ningún movimiento. Esto es lo que se vive viendo este montaje.
Primero la música: es apoteósica y es la protagonista absoluta del montaje siendo imposible desligarla de la historia.
Segundo: La dirección de Victor Conde es impecable haciendo un grandísimo trabajo de ensamblaje de actores, actrices, acciones, escenografía, intenciones…teniendo mas mérito en este teatro ya que los hombros son mínimos.
Tercero: la iluminación es fastuosa encajando perféctamente con la acción y siendo otra parte imprescindible de la trama (maravillosa la escena de las barricadas y como juega con los disparos…).
La interpretación y las voces son realmente fabulosas destacando a Adrián Salzedo como Jean Valjean, Pitu Manubens como Javert y a Xavi Melero y a Malia Conde como los Thérnadier; los momentos de estos «repugnantes taberneros» son los mejores del musical; pero sin olvidar al resto del elenco cuyas voces nos transportan a otra dimensión como es el caso de Teresa Ferrer como Fantine.
Disfrutar de este musical es una experiencia única y hay que vivirla. Cuando salgamos del teatro, nuestra visión de los musicales no volverá a ser la misma.
