Los miserables es uno de esos títulos que estremece con solo nombrarlo. Lo que generó Víctor Hugo y todo lo que se hizo después siempre va asociado a un sello de calidad. Es una historia fascinante, maravillosamente bien contada y que se adentra en las entrañas humanas para dejarnos atisbar una ráfaga de esperanza en que unidos podemos cambiar las cosas.
El musical que se puede ver en el Teatro Apolo cumple con ese sello de calidad. La producción es maravillosa. La escenografía, el vestuario, la iluminación. La orquesta que respeta una banda sonora que nos acompaña a todos y que nos emociona siempre. El elenco es exquisito. Sus voces, la construcción de sus personajes, el trabajo del ensemble. Por supuesto, el trabajo de los protagonistas es ímprobo, pero creo que es una obra tan absolutamente coral que sin el elenco al completo sosteniendo nadie brillaría en soledad. Por eso, aunque pudiera, no quiero mencionar a nadie, porque habría que mencionarles a todos y a todas. Es un trabajo de equipo perfecto. La dirección de Víctor Conde es acertadísima.
Pero lo mejor de Los miserables es lo imprescindible que sigue resultando. Es tan necesario seguir hablando de esperanza a pesar de la miseria; seguir apostando por el amor; seguir defendiendo las causas justas; seguir queriendo hacer del mundo un sitio más luminoso. Antía Lousada, que habló con algunos actores, ya les hizo las preguntas perfectas, por lo que poco más podría añadir aquí.
Que los versos de este espectáculo nos hagan querer ser mejores: «hubo una vez un mundo en paz / y era dulce la voz de sus hombres buenos». Que nunca se silencie la voz del pueblo. «Esta es la música del pueblo y no se deja someter», porque «tras esta barricada hay un mañana que vivir / si somos esclavos o libres depende de ti».
Defendamos la colectividad para vivir en libertad.
Es emocionante que un musical nos recuerde que unidos, siempre, siempre, seremos mejores.
