Un conocimiento exhaustivo y un amor y respeto profundos por los clásicos, a los que mantienen vigentes en la contemporaneidad gracias a la honestidad, la valentía y la autenticidad propia de todo lo imperecedero, ha llevado a la compañía Los números imaginarios dirigida por Carlos Tuñón y con la producción de Bella Batalla a producir el espectáculo Lear (desaparecer) a partir de la clásica obra shakesperiana.
Todos estamos destinados a ser. Y el vivir en sociedad implica que nuestras circunstancias nos llevarán a cuidar y a ser cuidados. Forma parte de nuestra naturaleza y aprender a gestionarla en función de su arbitrariedad y belleza forma parte del propio misterio de la existencia humana.
El espacio escénico se configura en un salón de baile. Muchas sillas, varios micrófonos y árboles que cuelgan del techo alumbran el enranciamiento de la vida, que nada tiene que ver con las exigencias impuestas por las normas sociales. Al movimiento solo le importa sentir, estar, expresarse y en eso el raciocinio sucumbe a la necesidad del instinto. El espectador no solo es interpelado, sino invitado a participar, a dar vida al espectáculo. Aquellos que deciden ser parte de ella, la configuran y con ese acto se liberan de sí mismos.
El espacio sonoro lo invade la tormenta que habita en la cabeza de Lear, y de todos los presentes, en esos papeles que aturden y que contrastan con la música, distinta, variada y tan bien elegida, de las canciones que expulsan al pensamiento paralizador. ¡Y qué gran acierto! El baile despoja de muchas cadenas. Y muy especialmente una de las maravillas que ofrece este espectáculo es la presencia en escena de su dramaturgo: Gon Ramos no solo ha entretejido una composición poética bella e inteligente, que transita los lugares shakesperianos de la locura y la cordura, sino la posibilidad de vivenciar el ‘aquí y el ahora’ y de enfrentar a Lear a su sino. Su tránsito por los cuatro ejes del salón significa el viaje del espectador que vive y participa de todo el juego escénico.
Ocho intérpretes protagonistas todos ( Nacho Aldeguer, Jesús Barranco, Enrique Cervantes, Irene Doher, Marta Matute, Alejandro Pau, Gon Ramos, Patricia Ruz, Nacho Sánchez, Irene Serrano, Luis Sorolla) , que asumen de forma aleatoria su papel en la función. Y como en la vida todo esto condiciona el devenir de la función. Irene Doher interpretó a un carismático y solvente Lear que acaba sucumbiendo al amor puro, a pesar de no ser exactamente el afecto esperado, de su adorada hija Cordelia, papel interpretado por Nacho Sánchez, actor cuya presencia y movimiento otorgan solvencia y autenticidad. Pero esto es un ensamble y como tal todos y cada uno de los actores suman a la genialidad conjunta que significa Lear. Un viaje interno a ser parte: de la vida, de los otros, de nosotros, del presente, de lo que fuimos y de lo que seremos. Una experiencia escénica que invita al espectador a liberarse, a vivir el momento sin juzgarse. Te aleja del ‘yo’, del ‘deber ser’ del ‘culpar’ y de la ‘culpa’. Te despoja de las cargas. Y esa es la esencia shakesperiana. Detrás de todo el cuestionamiento tan solo habita nuestro ser.
Nunca es posible llegar a vivenciarlo todo, puesto que cada decisión implica privación. La vida es la búsqueda de la certidumbre en una existencia incierta. Nada permanece, todo se transforma y nos cambia. El viaje dibuja un camino que nos determina.
Lear es una experiencia iniciática que te hace desaparecer de aquello a lo que te exiges ser para simplemente existir. Carlos Tuñón dirige con gran riesgo y acierto una odisea interior que te transforma y te conduce a la plenitud interna. El ensamble brilla a favor del suceso escénico en un ejercicio de creencia en la complejidad del ser y en el compartir los unos con los otros, en el que el público completa con su participación su sentido. Un montaje lleno de lucidez escénica que celebra la imperfección de la mente y el obrar humanos en una fiesta de la liberación interior.
En mi reino veo el lugar en que habita mi liberación. Entré, elegí el salón del baile, leí el periódico, lo rompí en pedazos, disfruté lanzando las palabras por el aire que me liberaban de su corsé. Me reí, me emocioné, disfruté y acabé tumbada en un montón de papeles que habían sido sepultura del Rey Lear, recordando que solo importa quienes somos ahora y que lo que compartimos con los otros, será lo único que nos salvará y permanecerá. El resto simplemente desaparecerá.