¿Qué nos salva ante la maldad ilimitada? Las luciérnagas. Amaranta Osorio e Itziar Pascual tejen un texto que entrecruza dos historias de tiempos distintos pero que realmente convergen en uno solo.
En un lado, con el timbre tan característico de Goizalde Núñez, encontramos el horror. El dolor y la nada. La deshumanización del alma y del ser humano en el marco del Holocausto.
En el otro lado, apartada de la realidad y ensimismada en la vida animal, Ángela Cremonte encarna a la mujer de hoy en día. Que no se conoce muy bien y que no espera gran cosa de la vida; la desesperanza, el conformismo y las-cosas-son-así.
Sorprende enormemente por su belleza y delicadeza el montaje articulado a través de la escenografía y vestuario de Elisa Sanz, la iluminación de Juanjo Llorens y la música de Luis Miguel Cobo. En cada momento, un sector del escenario nos traslada a París, Praga e incluso Terezín, con una escena en constante movimiento gracias a la videoescena de Álvaro Luna.
«La maldad es ilimitada, pero no infinita», dice Goizalde Núñez en un momento concreto de la obra y ese pensamiento es el eje sobre el que gira la obra, orquestado por Natalia Menéndez desde la dirección.
Un canto a la esperanza y a construir un mundo mejor, desde la camaradería, el compañerismo y la sororidad.