Ricardo ama a Ricardo. Y nada más. Miguel del Arco, con la colaboración en la adaptación de Antonio Rojano, cuenta de nuevo esta historia en la que Shakespeare ya nos lo había contado todo.
Con un auténtico espíritu de compañía, el reparto nos transmite el texto, que nos atraviesa como los disparos de una metralleta de principio a fin, sin que esta sensación decaiga en ningún momento.
En el marco de una guerra de bandos que no acaba, el elenco está genialmente dirigido: de cada uno de ellos, Del Arco ha extraído sus mejores registros y toda su diversidad cromática.
Es impresionante el Ricardo de Israel Elejalde (populista e insoportable a la vez que ligeramente carismático) y Cristóbal Suárez tampoco se queda atrás, especialmente en la piel de Margarita y Buckingham. Verónica Ronda, Chema del Barco y Álvaro Baguena recorren todo el espectro teatral desde la más limpia comedia hasta la misma esencia de la tragedia de forma maravillosa. Sorprenden especialmente, además, las intervenciones de Manuela Velasco y las réplicas y contrarréplicas de Alejandro Jato, que no se amilanan a la hora de hacer frente al peso de la experiencia de Elejalde.
De telón de fondo, los audiovisuales de Pedro Chamizo consiguen hilvanar todo el recorrido en el que acompañamos a la familia de los York y los Lancaster, junto al diseño sonoro de Sandra Vicente.
La tiranía surgida del aburrimiento que impera en los tiempos de paz trae causa de esta adaptación a dos manos para alcanzar, finalmente, la mancha y destrucción de la guerra (que no consigue traernos nada mejor).