Esa es la pregunta que nos plantea Samurái envuelta en una historia que no llego a comprender muy bien. No sé si se trata de una crítica al comportamiento adolescente, al sistema educativo, a los valores que transmite la familia o a todo ello junto.
Quizá sea mi culpa como espectador. Tal vez necesite que me den las cosas un poquito mascadas para ser capaz de no atragantarme con ideas abstractas y conceptos que atacan una idea desde varios flancos a la vez sin llegar a posicionarse claramente.
Es una pena que personalmente no haya llegado a conectar con el guión más que en momentos puntuales, pues eso le habría otorgado más puntuación en mi valoración final.
El caso es que tengo la sensación de que en este caso el texto está a un nivel inferior que el del actor. Javier Lázaro nos ofrece un monólogo en el que interpreta al menos a media docena de personajes, todos perfectamente diferenciables a través de sus gestos, su entonación o su postura corporal.
Es él quien mantiene cierta tensión e interés en el espectador y quien justifica que esta obra sea recomendable, pues realmente pienso que lo es, aunque sea para disfrutar de las cualidades interpretativas de Javier.