Juan Mayorga y Ernesto Caballero vuelven a unir fuerzas 12 años después de trabajar juntos en La tortuga de Darwin para subir a las tablas el pensamiento mismo. La puesta en escena, sobria y con las costuras a la vista, conduce al espectador en un viaje a través de los tres relatos apasionantes y llenos de poesía que conforman este espectáculo y que van resignificándose unos a otros (y a sus conflictos) en el transcurso de la narración.
Como en todos las obras escritas por Mayorga, es inevitable sentir cómo la mente se expande y las ideas se desbordan del teatro. El académico cuenta con un dominio genuino de la palabra y es especialista en generar imágenes y conceptualizar realidades que se colocan en la mente como una semilla que, días después de la función (o de la lectura), sigue germinando cuando menos te lo esperas.
Me gustaría destacar el relato 581 mapas en el que el autor vuelve a desplegar un plano, como ya hiciera es sus celebradas obras El cartógrafo, Cartas de amor a Stalin o Los yugoslavos, para ponernos frente a las grietas de nuestra sociedad. Un cartógrafo, aparentemente neutral, encarnado magistralmente por el joven actor Alberto Fonseca, es interrogado, y con ello interroga al espectador, sobre su postura con respecto a la legitimidad de unos curiosos mapas.
Voltaire, la pieza breve de la que parte esta propuesta, resulta también tremendamente sugerente y obliga al espectador a tomar partido. Una espléndida Tábata Cerezo encarna a una estudiante capaz de poner sus límites sobre lo que es y no es tolerable. Al preguntarnos nosotros sobre la misma cuestión, los límites parecen verse algo más borrosos. El mayor logro de esta propuesta es, probablemente, que es una premisa abierta, sin tabicar, una premisa que invitar al público a hacerla suya y completar la reflexión con su propia experiencia. ¡No se la pierdan!