Un Dios Salvaje es una historia triste y cómica a la vez, que narra, con un guion brillante, la resolución de un percance entre niños por parte de sus padres. Una resolución que comienza de manera cordial y con buen talante, pero va subiendo de tono hasta que se descontrola del todo.
La trama se desarrolla en el salón de la vivienda de un matrimonio que recibe en su casa a otra pareja porque el hijo de estos últimos ha golpeado con un palo en la cara a su hijo de 11 años, ocasionándole lesiones. Todo transcurre con un acercamiento cordial, lleno de palabras políticamente correctas, en el que ambas parejas quieren llegar a un acuerdo para que el malentendido se solucione de manera amable para ambas partes.
No obstante, esta cordialidad y el lenguaje políticamente correcto irá poco a poco degenerando y subiendo de tono hasta provocar una situación loca, en la que aflorará el ‘yo’ más primitivo de cada personaje.
Las características de los protagonistas son también de lo más dispar, algo que contribuye a las situaciones cómicas que van surgiendo. Los padres del niño agresor son interpretados por Luis Merlo y Clara Sanchís. Él es un adicto abogado a su trabajo que desempeña sin escrúpulos y que pasa olímpicamente de su vida familiar. Ella es una madre abnegada y callada que lleva todo el peso de la familia a sus espaldas. Los padres del niño agredido son interpretados por Natalia Millán y Juanan Lumbreras y van de educadores modernos y ejemplares de los de manual, con un carácter conciliador, en apariencia, que choca de frente con el de sus visitantes y que acaba por prender la mecha.
El reparto es sensacional. Parece que cada papel esté diseñado expresamente para cada actor. Luis Merlo está soberbio en su papel de padre, un macho pasota de éxito laboral. Clara Sanchís provoca las carcajadas del respetable con solo con un gesto o con el tono de su voz. Natalia Millán pasa de ese papel aprendido de mujer ejemplar a mujer salvaje de manera hilarante. Y Juanan Lumbreras es maravilloso en el papel de marido y padre ejemplar, que luego se torna en ‘machirulo’.
La moraleja que deja traslucir esta desternillante y alocada obra es el la omnipresencia del cinismo de ciertas personas que se erigen como adalides de la moralidad y del buen hacer con la educación de sus hijos y que, en el fondo, en cuanto están al límite son los más salvajes del mundo. Porque, es cierto que todo el mundo, llevado en mayor o menor medida al extremo, saca su ‘yo’ más primitivo, el de nuestros antepasados de las cavernas. Y en esos controla nuestro carácter el dios más salvaje del mundo.