Partiendo del texto de Patrick Ness, que ya adaptara J.A. Bayona con éxito para la gran pantalla, la Joven Compañía presenta una versión teatral brillante de Un Monstruo viene a verme, con una puesta en escena eficiente y preciosa, una iluminación precisa que subraya la acción y el paisaje anímico del protagonista, y un reparto ágil y convincente que se gana al espectador, que nos mete en el mundo de Connor, que nos hace comprender su confusión, su negación, sus esperanzas, su búsqueda, su sufrimiento…. y nos empuja a acompañarle en este periplo hacia la madurez por el dolor y la aceptación de la pérdida, en un camino de crecimiento sin alternativas amables.
Elisa Hipólito compone un protagonista enfadado con el mundo y las circunstancias que le tocan, un niño que asume responsabilidades de adulto, que aprende a crecer desde la adversidad infinita, desde la compasión y el amor más generoso, ese que también deja ir.
Elisa transita con Connor el enfado, el cariño, la abnegación, la responsabilidad abrumadora, la rebeldía, la derrota y la búsqueda incansable de una esperanza que se escapa, apoyada en un reparto bien afinado, desde los compañeros de instituto, matones o amigos, a esa madre que compone Cristina Bartol desde la dulzura y la complicidad, intentando protegerlo como puede del propio dolor, pasando por la abuela fantástica de Antonia Paso, que lleva el peso del personaje más adulto asumiendo la antipática realidad.
Un monstruo viene a verme es un cuento cruel como la vida, bien contado, en un espectáculo que te mantiene enganchado de principio a fin con el corazón en un puño. El único problema, los micrófonos, un recurso tal vez necesario en este caso, que a mi siempre me sustrae una pizca de la experiencia del presente absoluto teatral.
Solo va a estar tres semanas en el teatro Figaro de Madrid(hasta el 12 de octubre) y yo no me la perdería.