No existe mayor tragedia para cualquier madre y padre que sobrevivir a sus hijos. La experiencia y el dolor que genera es tan inconmensurable que ni siquiera el diccionario recoge un término que explique con palabras esa desgarradora vivencia. Si a la tragedia se le añade que el hijo o hija perdidos eran menores la pérdida es aún, si cabe, más devastadora. Si la muerte ha sido inesperada y violenta lo agrava todo, pero si tu hijo o hija además de fallecer ha sido antes responsable de la muerte de otros, seguramente esa madre y ese padre no volverán a vivir más; tan solo sobrevivirán, a pesar de todo.
La responsabilidad y la culpa marcan de forma irremediable la crianza. De los progenitores se espera que educen a sus descendientes correctamente de acuerdo a normas éticas y sociales preestablecidas, y, de este modo, la sociedad suele hacerles responsables y culpables de los fracasos o fallos que puedan cometer sus hijos, especialmente cuando estos son todavía menores.
Violencia es un espectáculo dirigido por Diego Garrido Sanz que nace a partir de la película Mass, del norteamericano Frank Kranz. La cinta, ópera prima del cineasta, trata sobre un tiroteo que se produce en un instituto donde un adolescente que previamente ha sufrido bullying durante muchos años, entra a un clase distinta de la suya y comienza a disparar. Varios adolescentes fallecen y luego él se suicida. Seis años después los padres del autor del tiroteo se reúnen con los padres de uno de los adolescentes muertos. El motivo de su encuentro es la necesidad de encontrar, por ambas parte, una forma sana y racional de cerrar el duelo a través de las palabras.
Esther Ortega, Cecilia Freire, Jorge Kent e Ignacio Mateos protagonizan un espectáculo tan magnífico como desgarrador, junto a la participación del propio director Diego Garrido Sanz y del niño Abel de la Fuente. La presencia y la palabra llenan la escena y son las auténticas protagonistas del espectáculo. Con una escenografía muy minimalista en la que solo son necesarias una mesa y unas sillas, el espectáculo nace y se transforma puramente desde la interpretación. El primer acierto de la obra ha sido la elección el elenco. Destaca el equilibrio de talento del cuarteto principal y es, sin duda, uno de los valores que aporta fuerza y credibilidad escénica a la propuesta. No es sencillo abordar a unos personajes que están completamente rotos, desvalidos y desesperanzados y saber encontrar el punto exacto de mesura y realidad. Los silencios, las pausas, los gestos, la presencia constante de los intérpretes y sus reacciones ante las intervenciones de los demás y cómo estas les afectan están muy bien medidas y maravillosamente trabajadas. No se atisba exageración ni búsqueda de dramatizar un hecho que es ya en sí mismo puramente trágico.
Desde el comienzo de la obra la sola presencia de los dos matrimonios te atrapa y decides acompañarles plenamente en un viaje dialéctico del que no saldrán siendo los mismos. Cada uno de los intérpretes transmite con precisión la forma en que ha vivido desde su propia personalidad y circunstancia la pérdida de su hijo. Y especialmente las dos actrices que dan vida a las dos madres logran transmitir una verdad doliente que literalmente te traspasa y te conmueve.
En ese encuentro escénico que tan solo pide a gritos poder lograr una reconciliación interna sana que permita seguir viviendo a pesar de todo, el espectador descubre y acompaña a dos madres y dos padres que, tan humanos como todos somos, solo quieren poder seguir adelante. Siendo tan atroces los acontecimientos producidos sigue sobresaliendo como la mayor de las tragedias el mero hecho de que una made y un padre tengan que sobrellevar la muerte de un hijo. Donde las palabras no alcanzan a nombrar esa rabia y ese vacío irreversibles, donde las respuestas no están o no satisfacen, donde lamentar o culpar no consuela, lo único que puede verdaderamente ayudar a sanar y a comprender de alguna forma al otro es el devastador dolor compartido de vivir sin sus hijos y aferrarse a conservar los recuerdos vividos con ellos.
Violencia es un espectáculo absolutamente necesario que pone en el centro la conversación como forma humana racional de compartir y poder cambiar realidades sociales devastadoras como la salud mental y los comportamientos agresivos y complejos desde edades muy tempranas. Una apuesta por conceder a la palabra, desde su gran valor de conciliación, la mejor oportunidad de entendernos a nosotros mismos y a los demás. Un ejercicio escénico brutal con cuatro intérpretes principales que emocionan, conmueven y cuyas historias interpelan y golpean al espectador que no saldrá de la sala de la misma manera que entró.
Una propuesta que invita a reflexionar profundamente sobre la empatía, la importancia del compromiso vital e integrador con la salud mental y los procesos emocionales que sufren los adolescentes durante su desarrollo y posterior maduración en el paso de la infancia a la edad adulta; las exigencias y responsabilidades que la sociedad deposita en cada uno de nosotros y cómo estas pueden afectar irremediablemente en nosotros. Y, por encima de todo, es un espectáculo que deja claro que no existe posibilidad de encontrar consuelo en la existencia de un castigo ejemplar para una tragedia como la de estos cuatro padres donde el mero hecho de seguir existiendo después de lo vivido ya significa la mayor de las condenas.