Un bosque onírico, de tocones desnudos, es decir, la promesa de un bosque, remoto y frío, es la sencilla y bonita escenografía en la que Alonso (Carlos Algaba) anuncia una despedida (o una huída). Es el lugar donde da fe del comienzo (o el comienzo del fin) de una crisis personal, de un deseo íntimo de desaparecer y de iniciar una nueva vida lejos de sus raíces, de su familia, sus amigos, su trabajo…
Whitehorse, Canadá, es el lugar elegido para su renacimiento. Whitehorse es remota, fría, pero como tantos anhelos de reinicio, también es una idealización: es el lugar de los recuerdos ajenos de un pasado, el de su madre omnipresente, que le empujan en su deseo de desaparecer, de cambiar, de renacer en un lugar lejano que en realidad es un ideal íntimamente reconocido y recreado cada día desde que su madre murió, en su infancia.
Alonso va a despedirse del trabajo (con sus tiranías y una jefa tensa como la cuerda un arco) de sus amigas más queridas, de un amor que estaba naciendo, de su hermana, de sus sobrinos, de su perro… y con cada despedida va encontrando alguna respuesta, muchas preguntas y algunas razones para pensar que, en algún momento, cuando llegue a ese recuerdo idealizado, cuando esté lejos y mire hacia atrás desde la distancia, tal vez se reconozca y llegue al conocimiento íntimo de la razón de su deseo inicial de desaparecer completamente, el deseo de esfumarse de la vida de aquellos que ahora cubren sus afectos; de su propia vida, en fin, para hallar un nuevo comienzo o para matar un anhelo impuesto por su propia memoria y sus nostalgias.
Como en todas las anteriores obras de Juan Jiménez Estepa, desde “Los hombres tristes” a “Cuando sea mayor”, el tono del melodrama está cargado de nostalgia, de canciones climáticas que la acompañan, de reflexiones en primera persona que conectan fácilmente con el espectador y de escenas oníricas, de diálogos ágiles y cargados de humor, que tienen su centro en la idealización de esa madre singular, libérrima, vibrante y entrañable.
Con Carlos Algaba, Elisa Berriozabal es también habitual de la compañía, y en esta ocasión hace dos personajes opuestos, con mucha sensibilidad. Patrick Martino, Teresa Mencía y Eva García-Vacas completan el reparto, con interpretaciones que aportan ternura, humor y reflexión a la crisis de Alonso.
El monólogo final de Alonso, contándose a sí mismo su futuro, inevitablemente, no sé por qué, me trajo a la memoria a aquella Estefanía de los Santos de «Las Plantas» contándose a sí misma en un monólogo final de Pablo Messiez que no olvido. Y estuvo bien. Y pensé que era una bonita manera de conectar a ambos personajes; dos persones en sus búsquedas, que igual alguna vez se encontrarían.