Tras su paso por Londres, Nueva York y México, Privacidad llega al Teatro Marquina adaptada y dirigida por Esteve Ferrer. Teatro Madrid pudo disfrutar, y sufrir, en el mejor sentido de la palabra, esta comedia, que reflexiona sobre la exposición a la que estamos sometidos a través de las nuevas tecnologías y cómo esto nos compromete.
Adrián Lastra, protagoniza esta pieza y da vida a un homónimo escritor en crisis que lleva de la mano al espectador a través de una historia a caballo entre la ficción, la autoficción y el teatro documental en un ecosistema habitado por proyecciones de personajes ficticios y reales encarnados por unos magníficos Canco Rodríguez, Chema del Barco, Rocío Calvo, Juanan Lumbreras y Candela Serrat.
Tras la función pudimos hablar con el actor Cancho Rodríguez, que junto con Lastra protagoniza uno de los momentos más complejos de la función: en el que la compañía demuestra que, en esta obra, saben más ellos de ti que tú de ellos…
Entrevista a Canco Rodríguez
¿Cómo estás? Yo acabo de ver Privacidad y sigo un poco en shock, sigo mirando mi móvil con desconfianza.
Canco Rodríguez. Claro, esto es lo que pasa cuando hacemos entrevistas, tenemos que recordar que es una comedia. Porque te pones a hablar y a profundizar y sale el tema del que se habla en la obra y durante la charla parece que es un drama, ¿sabes?
Desde el patio de butacas da la sensación de que os lo estáis pasando genial, pero, claro, a los espectadores nos estáis dejando un poco destrozados, ¿cómo se lleva eso?
C.R. La verdad es que es cierto que nos lo pasamos genial. La función tiene que ser así. Como el día a día, como si no pasara nada, pero sí pasan cosas. No le damos solemnidad a ningún texto, no se da una importancia mayor a un posicionamiento sobre otro, de hecho, la función, como viste, no se posiciona. No te dice que las redes son buenas, Internet es bueno o malo, nos engañan o no nos engañan… Se lanza información, en muchos casos, puramente objetiva para que el público conozca y decida cuál es la conclusión que quiere sacar de todo esto y cuánto quiere ofrecer voluntariamente sobre su privacidad a las compañías, a las redes etc.
Parece un reto complicado abordar este tema y no posicionarse, pero me imagino que vosotros individualmente sí tenéis vuestra opinión, ¿tú donde te colocas?
C.R.Me posiciono seguramente como tú, como espectador. ¿Por qué? Porque todo tiene su lado bueno y su lado malo. Es difícil posicionarse. Me preocupa que se me controle o que todo lo que se ponga delante de mis ojos sea únicamente como si yo fuera un comprador, que la vida se me empiece a mostrar simplemente por lo que las empresas quieren que yo vea. De repente si a mí me gustan las guitarras, yo veré guitarras, si a mí me gustan los skates, veré patines y si me gustan los viajes veré continuamente cosas de viajes, pero nunca veré nada sobre comidas, sobre gatitos o sobre zapatillas. ¿Por qué? Porque no soy potencialmente comprador de esos productos. Si nos vamos más allá, nos vamos a la globalización, ¿no? Estamos perdiendo la identidad de algunas ciudades y algo así puede que pase a futuro con las personas, que dejemos de ser individuos para ser grupos de personas. Pero vamos, me estoy yendo por las ramas. Esto es un jaleo para la entrevista y para hablar de la función.
Claro, es que la función abre mil vías, es un tema infinito.
C.R. Te diría que no pongas nada de esto en la entrevista porque la gente va a decir que no viene a ver la obra (se ríe). Lo bueno de esta función es que tiene toda esta charla. Cuando nos vamos a tomar un vino con los amigos que han venido a ver la obra este tema da toda la noche.
Es como abrir una ventana a la que asomarse, una ventana que a veces querríamos cerrar par no ver lo que hay al otro lado, ¿no?
C.R. De todo sobre lo que se habla en la función, la mayoría de las personas te dirán: «yo algo me olía». ¿Eso qué significa? Que algo te hueles, pero no quieres profundizar. Como cuando a alguien le da penita comerse un corderito, pero se lo come.
¿Qué es para ti la privacidad?
C.R. Mira, la privacidad para mí es la cara oculta de la Luna. Sé que suena muy poético, pero es verdad. Es decir, es lo que tu consideras que debe ser únicamente para ti o para los seres queridos que te rodean. Para mi la privacidad sería como el manantial de un río. El río lo ve todo el mundo, pueden bañarse, pueden beber, llega al mar, pero la privacidad son esas burbujas donde se origina el río. Por eso hay que mimar mucho esa privacidad. Yo he tenido un bebé ahora, si yo subo fotos a redes sociales con él, son fotos que para mi no son privadas, son fotos mías que si en un fotocopiadora se me perdieran no me importaría, pero hay otras fotos, también con mi familia, que sí considero privadas. Entonces, esto es lo que tenemos que entender, que cuando regalas voluntariamente información a las redes sociales, deja de ser tuya.
Acabas de ser padre, en la función habláis de que probablemente las futuras generaciones no sabrán qué es la privacidad, ¿esto cómo lo gestionas?
C.R. Bueno, esto es como cuando salieron los Beatles y se decía «los jóvenes no van a saber lo que es la música de verdad» porque ellos solo hacían ruido. Pues no lo sé el miedo a lo desconocido nos hace ponernos en alerta, en una alerta casi de la Inquisición, como si dijéramos «nuestros hijos vivirán endemoniados». Pues mira, tengo que vivir el presente de mi hijo y se los amigos de mis hijos y ver si realmente van a a tener privacidad o no. Yo no creo en los radicalismos. Creo que las nuevas generaciones tendrán privacidad, ya se buscarán las habichuelas para tenerla. Pero sí que es verdad que cada día se pone un poco más complicado.
Y en este futuro, en el que no sabemos si habrá o no privacidad, ¿crees que habrá teatro?
C.R. Sí, no lo dudo, el teatro lo ha vivido todo. Ha sobrevivido a hambrunas, guerras, sequías, catástrofes naturales… Ha vivido gobernantes incultos, lo ha vivido todo y siempre ha estado ahí. Yo creo que nada va a matar el teatro, lo matará cuando el mundo explote.
¿Tú podrías vivir en un mundo sin teatro?
C.R. Es que no creo que exista, ¿podrías vivir en un mundo sin aire? Pues no, ni yo ni nadie. Incluso las personas que piensan que el teatro debería desaparecer… Muy bien, te morirás (se ríe). Es que no creo que se pueda vivir sin teatro, como no se puede vivir sin aire.
En las obra habláis de que para que haya memoria es necesario detenerse, ¿puede haber memoria en la era de Internet o nos la estamos dejando por el camino?
C.R. Con esta obra salen preguntas supercomplejas. Yo, fíjate, más que memoria lo que creo que falta es un poco vivir el presente. Estamos fotografiando y grabando todo por miedo a olvidar como si todos ya pensásemos que venimos de serie con Alzheimer, entonces, lo grabamos todo, lo fotografiamos todo para demostrar que estuvimos en el concierto de tal o en la boda de cual. Como si nuestra memoria en sí misma no tuviera valor. Como si el recordarlo no tuviera valor. Entonces creo que esto es algo que, como todo, es cíclico y explotará y, de repente, se pondrá de moda que nadie haga fotos y nadie haga vídeos. Se pondrá de moda el «no grabes el concierto, vívelo, disfrútalo». Ahora mismo piensa que todo es muy novedoso. Cuando yo era adolescente no teníamos todo esto. Realmente el tiempo en el que todos tenemos una cámara de una calidad impresionante de vídeo o de foto ha sido de muy pocos años a aquí. Es una novedad, es un juguete que estamos todos utilizando continuamente y sin mesura, pero no aburriremos.
Hablando de lo rápido que cambia todo, la obra se estrenó en Londres en el año 2014, ¿cómo se adapta seis años después cuando ha habido tantos cambios a nivel tecnológico?
C.R. La función la ha dirigido y adaptado Esteve Ferrer. Él ha hecho una adaptación con las versiones de Londres, Broadway y México a la actualidad. Sí que es verdad que ha tenido que trabajar cosas que ya incluso en México quedaban casi obsoletas. De hecho hay un texto en la función, que justamente lo digo yo, que cada vez que lo digo pienso, ostras, esta frase está rozando algo que todo el mundo sabe. La mantenemos porque hay gente que todavía no lo sabe, pero claro, es una función que va a haber que ir revisando cada seis meses.
Claro, vivís con el miedo a que quede obsoleta.
C.R. Exacto, lo que ahora es novedoso, dentro de seis meses será cotidiano. Hay que ir adaptando cositas, aunque, sabes qué pasa, la función tampoco se centra en cosas muy de última hora de actualidad, se centra más en el sistema, en lo que está provocando que nos expongamos tanto. Nos lanza la pregunta de si podemos o no podemos vivir en paralelo a este mundo de redes sociales y de Internet. Si realmente lo haces, te conviertes en un ermitaño… ¿Puedes vivir sin una cuenta bancaria? ¿Puedes trabajar y cobrar en mano? De alguna forma el sistema nos obliga a jugar a este juego.
Y hablando de los retos de la función, parece que el montaje tiene un gran componente de improvisación, ¿es así de verdad? ¿Cómo se vive eso desde el escenario? Cada día es como un estreno, ¿no?
C.R. El director nos dejó a Adrián y a mi montarnos esa parte de la impro libremente, por lo tanto nos sentimos muy cómodos porque todo ese espacio lo hemos montado nosotros a nuestro gusto. Y Adri y yo que, además, somos muy buenos amigos, hemos trabajado muchas veces juntos y tenemos una química muy buena a la hora de improvisar. Siempre disfrutamos muchísimo ese momento. Cada día sale gente nueva con nueva información que nos ha pasado el equipo de investigación. Piensa que nos la dan según llegamos al teatro y a partir de ahí tenemos que construir un poco las posibles preguntas que les haremos y las posibles respuestas que nos darán y, según eso, ver hacia dónde vamos a tirar la impro. Es un momento de mucha tensión porque queremos sí o sí que haya un 99% de efectividad y que la gente disfrute, pero, claro, no sabemos por dónde va a salir la persona, si va a ser muy tímida, si va a ser excesivamente extrovertida. Pero sí, es muy divertido.
Desde fuera se ve que en el elenco hay muy buen rollo. Ya nos has contado que con Adrián tenéis una química muy especial, ¿qué tal los demás?
C.R. Yo conocía a Adrián, a Chema del Barco y con Candela había coincidido aunque no habíamos trabajado juntos. A Rocío Calvo y Juanan Lumbreras no los conocía, pero son un amor, son pa’ llevártelos a cualquier espectáculo. Ha habido muy buena química, tenemos todos personalidades muy diferentes pero hemos congeniado muy bien y en esta función era necesario que el equipo de trabajo se llevase muy bien porque estamos continuamente saltando sin red. Es muy bonito. Si Candela se va a proscenio a hablar con el público y no le sale la jugada tiene que estar tranquila y saber que estamos detrás, alerta para salvar la situación.
En el teatro normalmente parece que cuando suena un móvil se rompe la magia, ¿cómo es esto de empezar diciendo que no se apaguen los móviles?
C.R.Lo que se pide es que los pongan en silencio para no molestar con los ruidos, pero la gente con total libertad saca el móvil, graba escenas de la función, si un amigo suyo sube al escenario lo graba… Me refiero, les damos la posibilidad de que vivan la función relajadamente. También te digo, cuando grabas a tu amigo en el escenario y luego durante la función se te dice «no vives el presente» o «por qué tienes miedo a la fragilidad de tu memoria» puede que esta persona piense: «Ostras, lo acabo de hacerlo». Si luego no vas a ver el vídeo más de una o dos veces. Yo cada vez que veo que se ilumina una pantalla entre le público, fuera de los juegos que nosotros proponemos, cuando yo sé que están haciendo otras cosas, pienso, mira, ahí hay una persona ya que la tecnología le acaba de meter un gol. Porque lo acaba de sacar de la función para ver el email del trabajo o el mensaje del amigo que le ha mandado un chiste. No puedes evitar mirar y de eso habla la función. Por eso creo que a estar personas puede que les llegue más.
¿Tu uso de las redes ha cambiado después de la función?
C.R. Mira, el mío personalmente no es que haya cambiado. Es verdad que uno después de todo lo que hemos estado viendo y analizando los textos, investigando más allá… Te quedas un poco con la mosca detrás de la oreja, yo he tirado un poco la toalla, no creo que pueda ganarle a los malos de la conspiración, pero sí que me gusta ser consciente de las cosas. Por lo menos conocer tu propio teléfono y poner algunos cortafuegos porque me siento vulnerable, no me gusta que mi teléfono lo sepa todo de mi.Creo que para eso sirve un poco la función, para que tú decidas qué quieres ofrecer y qué no. «¿Quieres que Google te ayude a…». No, no tengo dos años, no necesito que me ayudes a vivir, pero claro te lo ponen tan bonito que le das a aceptar.
Cambiando un poco de tema, prorrogas El rock and roll ha muerto en los Teatros Luchana ¿estás contento?
C.R. Sí, la verdad es que ha sido una alegría porque he tenido muy buena acogida en los Teatros Luchana. He tenido la suerte de terminar todos los días con el público en pie, lo hemos compartido en redes y esto ha traído más público, el boca-boca… Los Luchana se han quedado tan contentos que ya no cierro el 13 de noviembre, continúo los domingos y puedo combinar los dos proyectos.
¿Cuál es el secreto para no dejar de trabajar?
C.R. Pues mira, el secreto de alguna forma es anticiparse. Ha venido una pandemia y nos ha dejado en dique seco. Yo en ese tiempo aproveché para escribir mi función. Es verdad que ahora estoy agotado, muy cansado, pero he recuperado este año y pico perdido y al final El rock and roll ha muerto es el espectáculo de mis sueños, el que siempre quise hacer y estoy muy feliz…
Y para despedirnos, ¿qué le dirías a las personas que todavía no han ido a ver Privacidad?
C.R. Yo creo que es una función de teatro que necesitas ver porque no te la van a contar bien. Cuando acabe la función vas a decir: ¡Ojo! después de la broma hay una cosa muy seria.
Irene Herrero Miguel / @ireneherreromi