Una mañana dos funcionarios se presentan en la pensión donde vive el gerente bancario Josef K. para informarle de que se le acaba de abrir un procedimiento judicial cuya causa desconocen. Le comunican que debe presentarse de inmediato en los juzgados para aclarar su situación. A partir de ese momento, la vida de K. se ve atrapada en un absurdo e interminable proceso que, como indica uno de los miembros del tribunal, incluye en sí la propia condena del acusado.
Así arranca El proceso, el clásico de la literatura universal escrito por Franz Kafka, que estará en cartel en el Teatro María Guerrero hasta el 2 de abril, con dramaturgia y dirección de Ernesto Caballero.
Ernesto Caballero regresa al Centro Dramático Nacional, entidad que dirigió durante 8 años, para poner sobre las tablas la popular novela de Franz Kafka, «una metáfora de la condición del ser humano en la que parece que los dioses se han desentendido de nuestro lugar en la tierra».
Para el director, El proceso es «una obra demoledora. Habla de la inseguridad jurídica —algo que estamos padeciendo en estos momentos de una manera muy lacerante—, del absurdo administrativo y burocrático… Pero también de un sistema que no permite que nos quedemos fuera de él, que nos pide nuestra propia colaboración y nosotros colaboramos. Somos víctimas y a la vez agentes de un sistema abstruso, absurdo y finalmente autodestructivo».
Esto es la ley en un nivel terrenal y mundano. Pero esta obra tan enigmática también tiene «una dimensión ultramundana«, recuerda Caballero. «La imposibilidad de acceder a una ley superior tiene que ver con nuestra ceguera con respecto al misterio, a lo trascendente». El proceso habla «de algo que va más allá del laberinto represor burocrático-administrativo. La obra alude claramente a una relación certera: allá donde se produce inseguridad jurídica, nace el totalitarismo. Nos alerta de que un sistema jurídico-administrativo corrupto, endeble, conduce al aplastamiento del ciudadano. Y ese aplastamiento es el que sufre el ciudadano Joseph K».
Para poner en pie un texto que está en la memoria de muchos espectadores, Ernesto Caballero se ha servido de ciertas variaciones dramatúrgicas, siempre manteniéndose «coherente con el propio discurso del relato». En este «juego de cajas chinas», en esta peripecia que parece que nunca termina para Josef K., el director ha fusionado las voces de Franz Kafka y Josef K. de forma «muy orgánica», un recurso que «funciona muy bien». También traslada la tercera persona a primera persona.
Resuelto escénicamente en un juego de mamparas móviles transparentes ideado por Mónica Boromello, esta «tragicomedia del hombre contemporáneo» se construye de forma coral entre las voces de sus ocho protagonistas: Carlos Hipólito, Felipe Ansola, Olivia Baglivi, Jorge Basanta, Alberto Jiménez, Paco Ochoa, Ainhoa Santamaría y Juan Carlos Talavera.
De forma dinámica, la acción discurre sin detenerse en los elementos descriptivos, y ahí la música de José María Sánchez-Verdú potencia el viaje mental y psicológico del protagonista Josef K.
El sinsentido y la frustración van en aumento hasta que, finalmente, dos guardias vienen a buscar al inculpado, lo conducen a una cantera a las afueras de la ciudad, y allí, sumaria y burocráticamente, ejecutan la sentencia de muerte. Antes de expirar, Josef K. aún manifiesta una extraña culpabilidad.
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