¿Cómo sería un mundo sin risas? No, no, no sigas leyendo. Párate a pensarlo. ¿Cuándo fue la última vez que te reíste? Esa sensación inaguantable que te recorre el cuerpo y hace que te retuerzas, a veces que llores. Tu cara se expande y la sangre sube a la cabeza para recordarte que esa preocupación no es tan importante como pensabas. Existen las abreviaciones de risas, las sonrisas, más comunes pero menos gratificantes. La persona con quien nos encontramos hoy, lo tiene claro: ante todo mucha risa. Lleva desde el 88 con el noble oficio de hacer reír a la gente, y lo lleva por bandera. Según llega a nuestra cita, es lo primero que nos regala. Siéntate y disfruta. Hoy viene José Corbacho a presentar Ante todo mucha risa, su nuevo monólogo que estará hasta el 12 de diciembre en el Teatro Bellas Artes.
Te llamas José Corbacho. Ni Gorbachov, ni Gazpacho, ni Carpaccio… ¿De cuántas formas te han llamado?
Me han dicho muchas cosas y de eso hablo en el monólogo, porque al final para lo que hago esto es para que se ría el público y se lo pase muy bien. Y luego también para reírme de mí mismo, que creo que es muy interesante. Ante todo mucha risa. Me río muchas veces de esas cosas que a veces me pasan porque a la gente le suena mi cara. Me ha visto alguna vez en algún programa de televisión y por la calle me pueden decir: «hombre, tú eres Gorbachov… o tú eres Carpaccio…o tú eres Gazpacho». O simplemente no saber quién soy y entonces creer que me reconocen cuando no es así, que me pasó antes de ayer. Estuve unos días en México y en Tulum, una ciudad de México, me vino un caballero y me pidió una foto y le dije: «¡claro que sí!». Cogí a su mujer por el hombro y me dijo :»¿pero qué hace? Nosotros queremos que usted nos haga una foto, que se vea la pirámide maya que hay aquí detrás». Y yo: «perdón, perdón». Claro, eran mexicanos, no tenían ni idea de quien era yo. Y yo pensaba que era George Clooney ¿sabes? (risas) Al final, te acabas riendo un poco de cosas que te pasan en el mundo normal. Y me río de la familia que me ha tocado, de los amigos que he escogido, del trabajo que tengo y de un montón de cosas con las que la gente se sentirá identificada.
Te estrenaste en teatro con la Cubana en el 88 ¿llevabas la comedia ya dentro desde pequeño?
Empecé a hacer teatro muy chiquitito. De hecho, en La Cubana fue cuando me empezaron a pagar por ello. En casa fue una alegría porque no daban un duro, no había ninguna tradición teatral ni farandulera en mi familia. En el colegio había unos profesores que hacían teatro y me gustó mucho ese mundo. Luego con unos amigos hicimos un grupo de teatro, casi siempre en clave de comedia. Aunque de pequeño hice también obras serias: de Rabindranath Tagore, los hermanos Quintero…Cuando empezamos a hacer algo de comedia, vi que era muy placentero el hecho de que el público se riera. Al empezar en La Cubana, que básicamente es una compañía con mucho humor basado en la realidad, probablemente es donde me acabé formando más en el tipo de teatro que me gusta hacer. Es un teatro muy vivo, a mí a veces también me gusta incluso que el público participe, es algo que aprendí de La Cubana. Pero, sobre todo, a tomarte la vida con un poquito de humor.
«Si algo tiene el teatro es que es único en ese momento en que está pasando»
En comedia ahora hay este boom del crowd work (modelo que se basa en la interacción con el público). Internacionalmente, Play en inglés es «actuar y jugar», en francés jouer, en alemán spielen, ¿nos falta jugar más en teatro aquí?
Sí, estoy muy obsesionado con jugar con que en el teatro puedas jugar, aunque en mi espectáculo no interacciono tanto con el público y tampoco soy tan faltón como otros compañeros y compañeras que hay. Si algo aprendí con La Cubana, es que si alguien no quiere colaborar no hay que forzarlo porque entonces ya no estás jugando y ahí hay una delgada línea para distinguir eso. Y por ejemplo, el otro día es una cosa que comentaba con Berto, cuando fui a ver su nuevo espectáculo, que hace referencia a ese estilo. En un momento hace de Vedette, por no hacer más spoiler del espectáculo, y nos reíamos mucho porque en el mundo del cabaret, de La Cubana, siempre había existido esa interacción con el público. Ahora parece que sea como la gran novedad, pero al final esto es algo que siempre se ha hecho. Yo cada vez estoy tendiendo más a hacer participar a la gente desde el escenario, a preguntarle cosas pero también con respeto, porque también hay gente que quiere ir simplemente como espectador y le doy esa opción. Pero que hay que jugar, por supuesto, y que cada uno juegue además como quiera.
Sí, y hay que saber respirar al público, ¿no?
Para mí eso es fundamental. También es verdad que cuando haces un un monólogo, un espectáculo en el que hablas directamente con el público, te lo permite. No estamos haciendo algo muy serio, que entiendo también a la gente que está en esa tesitura y se queja de un teléfono móvil o de alguna reacción del público. Para mí, un teléfono móvil que suena es un momento divertido, en el que puedes bajar a hablar con el que está llamando, esas cosas me gusta incorporarlas porque me gusta escuchar al público. Y de hecho yo, aunque tenga una base, mi monólogo es cambiante y a veces de repente lanzas un chiste, una historia nueva y ves que no funciona. Pues coges ese chiste, lo tiras a la basura o lo cambias y te vas a otro, porque los públicos son muy distintos. No solo geográficamente sino en cuestión de horarios. No tiene nada que ver el público de un sábado por la tarde al público un sábado por la noche, al público de un domingo o al público de una función de un miércoles. A mí me gusta adaptarme a ese público, ver si se ríen más, apretar por ahí, si se ríen menos, pues intentar seducirlos de otra forma. Yo creo que eso es bonito porque acabas jugando con la gente para que se sienta partícipe de algo que además está pasando en aquel momento y, si algo tiene el teatro, es que es único en ese momento que está pasando.
¿Y cómo te autodiriges los monólogos? Sé que a veces has probado fragmentos en conversaciones para ver si funcionan.
Totalmente. Esto es algo que hacía mucho Rubianes, creo que es un referente para todo el mundo que sale solo a un escenario. De repente estabas en conversaciones con él y entraba en un momento a explicar una historia y tú ya estabas pensando: está probando el monólogo, claramente. Tú te ibas descojonando de un viaje que había hecho al Serengueti y al cabo de un año veías que había armado un monólogo con un montón de cosas que él tenía escritas pero que iba testeando. A mí eso me encanta también, pero al final también yo creo que nos dirige el público. Por ejemplo, con otra persona que está haciendo un espectáculo unipersonal: Carles Sans, de Tricicle, que después de no hablar durante 40 años, se lanzó a hablar. Un día me vino a ver al teatro porque nos conocemos y me dijo que le gustaría que le dirigiera. A veces, puedes pedir una mirada externa, un director, pero esa mirada externa yo prefiero confrontarla cada día con el público.
Hablemos del aplauso intermitente durante los espectáculos. Zahera, en su monólogo, Chungo, empieza diciendo: no quiero que aplaudáis. ¿A ti, el aplauso intermitente, te gusta o te corta el rollo?
Es que no puede aplaudir tampoco, o sea, es que no les doy tiempo. Es verdad que a veces me pierde el ritmo. Me emparanoiaba que fuera un espectáculo de esos que a veces decae un poco, estaba muy empeñado en que tuviera ritmo, que la gente se riera y si se ríen tres veces por minuto mejor que una. Yo odio hacer silencios para aplaudir, que también es algo con lo que a veces jugamos. Tampoco es que vaya a 200 por hora, pero me gusta que el espectáculo tenga ritmo desde que empieza hasta que termina.
«El monólogo me ofrece libertad y el privilegio de seguir haciendo comedia, de mirar la vida a través del prisma de la comedia»
Has trabajado como director y actor en diferentes formatos ¿Qué te aporta el formato monólogo?
Yo empecé tarde en esto del monólogo. Hace años se montó un espectáculo que además marcó un poco durante muchos años la directriz de los monólogos en este país, porque venía de un programa que era El Club de la Comedia, que marcó mucha tendencia. De ese programa salió un espectáculo que era Cinco hombres.com, en aquel momento estábamos en Barcelona Manel Fuentes, Santi Rodríguez, Carles Flavià, Santi Millán y yo. Después de ese monólogo, con El Terrat hicimos también un espectáculo con Buenafuente, con Berto, Ana Morgade… mejor acompañado, imposible. Y cuando llegó el momento de hacer solo un monólogo de una hora y pico, fue hace seis o siete años. Es una cosa que a mí siempre me había gustado, sobre todo por la libertad que te da. Al final, te da responsabilidad porque sales al escenario y si esto no funciona, no busques responsables porque solo estás tú. Pero por otro lado, la libertad de hacer lo que quieras, entrar en complicidad con el público y a partir de ahí crear algo o elaborar algo que que me permite sacar una parte de mí. El monólogo me ofrece libertad y el privilegio de seguir haciendo comedia, de mirar la vida a través del prisma de la comedia.
¿Y tú que has interpretado a tantos personajes crees que también te ha ayudado a trabajar la empatía a nivel personal?
Yo la empatía creo que la llevo bastante bien desde pequeño, por una explicación muy simple, por mi historial médico. Desde pequeño empecé a estar ingresado en unidad de pediatría renal y años después acabó en un trasplante. Cuando empecé a crecer, con 16 o 17 años, los médicos dijeron que me quedara con los niños porque si no me iba a deprimir. Entonces yo de repente era el único mayor en una planta llena de niños enfermos. Si no eres empático con los niños enfermos es que tienes un problema. Los padres se tenían que ir a dormir y me dejaban a mí con los niños. A mí me encantaba para hacer teatro, cuentos y los niños y las niñas ahí encantados. El mundo de los hospitales al final tiene que ser muy empático. Yo por eso también valoro mucho a toda la gente que trabaja en la Sanidad, porque también he pasado mucho tiempo en hospitales y hablando con ellos te das cuenta que lo de la empatía es obligatorio. En el sector del espectáculo, de la comedia, yo creo que también tienes que ser empático. La vida es jodida y te pasan cosas chungas, como a todo el mundo, pero de repente, como actor, te tienes que subir a un escenario para hacer reír al público o rodar una secuencia de comedia, o salir en un programa de televisión y ponerte a cantar como un donut. Y a lo mejor tu vida personal no te está acompañando. Los humoristas a veces nos ponemos una máscara que hemos elegido nosotros y estamos muy orgullosos y contentos de llevarla por el mundo, pero a veces también te puede pasar factura. Entonces, yo creo que esa empatía que necesitas sentir por el público, al final también te vuelve, yo creo que si cada uno es empático, aunque sea en su pequeño círculo, el mundo va a ser mejor.
«Cada risa es como la huella dactilar, cada uno tiene la suya»
Sí, la flexibilidad es clave, sobre todo ante públicos tan heterogéneos.
Sí, en una sala de teatro total, cada persona es un mundo y no hay nada más subjetivo que el humor. Y esto hay que aceptarlo. El drama yo creo que unifica, es mucho más fácil ver a la gente llorar en un cine o en un teatro, que unificarlos en la comedia. Incluso en el cine, ves a gente que se está riendo y otra que no se ríe tanto, ves gente que no entiende porque hay personas que se ríen de algo. Además es variable, depende mucho del estado de ánimo y además depende también de cada momento. Una cosa que siempre está de moda es comparar lo que se hacía antes y lo que se hace ahora. Al final avanzamos como sociedad, como personas, aunque también hay personas que avanzan más y otras que avanzan menos. También estamos viendo estos días un crisol de gente que avanza y gente que no avanza, que retrocede. Es más, lo que me hacía gracia ayer, a lo mejor mañana no me lo hace. Entonces tienes que decirte: bueno, voy a explicar una historia que creo que puede ser divertida. Y a mí me sigue sorprendiendo que de repente, 100, 200, 300 o 800 personas se rían al unísono porque qué bonito ese momento.
¿Alguna vez una risa escandalosa te ha hecho parar el espectáculo?
Sí, hay muchas, pero normalmente ya no lo paro porque me para el ritmo. La risa es como la huella dactilar, cada uno tiene la suya. Hay algunas muy peculiares, cuando es algo muy evidente me encanta incorporarlo y siempre depende. Las risas que más me gustan son las risas a destiempo que siempre hay en los espectáculos. Se produce ese fenómeno maravilloso que en un momento en que tú pensabas que nadie se iba a reír, hay 300 personas calladas y una persona se ríe. Y entonces me gusta averiguar de qué se está riendo, de qué momento del espectáculo. Pero claro, si tuviéramos que parar por cada risa escandalosa no haríamos ni una función.
¿Tú tienes algún límite en el humor?
Yo creo que el público te lo marca. Por no hablar del del Código Penal, que yo creo que ahí es donde están los límites a los que no deberíamos acudir tantas veces porque al final se ha demostrado que casi todas las denuncias se acaban archivando por suerte. Yo siempre he pensado y defendido que hay que reírse de todo porque es una cuestión terapéutica en el ser humano.
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