En Las aves se pone en tela de juicio lo que entendemos por políticamente correcto, aderezado con una buena dosis de humor negro y teatro del absurdo. Esta obra de la compañía catalana La Calòrica regresa a Madrid, tras su exitoso estreno la pasada temporada en el Centro Dramático Nacional. En esta ocasión, el montaje estará en cartel en el Teatro Pavón hasta el 14 de mayo.
TeatroMadrid ha charlado con dos de los integrantes de la compañía, Joan Yago y Esther López, que revelan los entresijos de lo que no es tan aparente. Este es un extracto de la conversación sobre la entrevista que puede verse completa en el canal de Youtube de TeatroMadrid.
¿Las Aves es una obra políticamente incorrecta?
Joan Yago. Como personas políticas que somos, lo que deberíamos hacer es cuestionárnoslo todo, mirar a nuestro alrededor y fijarnos en las cosas que funcionan y en las que no. En este sentido, yo creo que nuestra versión de Las Aves es un ejercicio político correcto; es el ejercicio político de cuestionarnos quiénes son nuestros líderes, cómo han llegado a ser quienes son, de qué nos hablan cuando nos hablan de libertad o cuando nos hablan de democracia.
Dicho ésto, Las Aves es una obra muy loca, muy calórica y no dejamos títere con cabeza. Atacamos hacia todas partes y nos reímos de todo sin la voluntad de hacer daño a nadie, pero ofender, ofendemos. Estábamos llamados a ofender; si te pones un Aristófanes en las manos, no vas a ser políticamente correcto.
El humor negro es un elemento clave en la obra. ¿Podemos advertir al público de un potencial dolor de pómulos provocado por la risa? Porque a mí me ha pasado…
Esther López. Ojalá que sí. La verdad es que a nosotros desde el escenario, cuando estamos haciendo la función y vemos ese feedback, nos encanta. También nos encantan los bolos en los que no resultamos graciosos, las dos cosas son interesantes. Pero para nosotros recibir la risa del público es maravilloso. Nosotros sí que nos partimos de risa; desde dentro nos cuesta mucho aguantarla.
Lleváis 13 años como compañía ¿podéis dar algún consejo para esas personas que estén planteándose crear su propia compañía o las que estén en un punto de inflexión con la suya? ¿Cómo se mantiene unida una compañía?
J. Y. El consejo práctico que a nosotros nos ha servido es hacer reuniones presenciales mínimo una vez a la semana. Ahora existe este meme tan famoso de «esta reunión podría haber sido un mail» y es verdad que existen excesos de reuniones, pero en el fondo es una idea muy neoliberal. Sí, hay que optimizar, pero hay que verse las caras, estar juntos y trabajar. Nosotros también tardamos en aprenderlo; al principio costaba mucho la idea de reunirnos, pero entendimos que al menos una vez a la semana tenemos que sentarnos para ver qué está pasando, qué queremos hacer, dónde tenemos que poner nuestros esfuerzos.
E. L. También en esas reuniones nosotros nos lo pasamos bien, nos reímos, y de ahí salen cosas que luego acaban siendo parte del espectáculo o un hilo del que tirar para hacer un espectáculo. Entonces, es muy positivo para nosotros; ese humor negro que ves en las obras refleja cómo somos nosotros. Una reunión nuestra puede ser muy divertida.
Esta obra tiene muchos personajes y pocos actores, al estilo de la Grecia clásica. Esther, ¿cómo llevas esta personalidad múltiple?
E.L. Esta personalidad múltiple es muy de la compañía. Excepto en casos puntuales, el cambio de personaje es como una marca de la compañía, y aquí ya es el máximo exponente porque los cambios son vertiginosos. Ahora es divertido porque ya después de tantos años nos hemos acostumbrado, pero costó un montón; los cambios son una locura pero son un reto para nosotros.
En Las aves nos cambiamos la peluca, el vestuario, los zapatos, las medias… ¡Todo! ¡Hasta el mínimo complemento! Y la verdad es que lo divertido de trabajar en compañía es poder poner retos a cada departamento: Joan escribiendo, Israel dirigiendo, nosotros en la interpretación…Y yo creo que eso es muy interesante y nos hace estar ansiosos con cada nuevo proyecto.
Estrenasteis la obra en 2018. ¿Ha habido una evolución de la pieza desde entonces?
J.Y. Desde el texto no ha habido grandes cambios. Lo curioso es que la gente sí ve estas adaptaciones. La gente relaciona, por ejemplo, al protagonista de la obra con un determinado personaje político de la actualidad y nosotros a veces tenemos que salir a desmentirlo porque cuando nosotros hicimos la obra este personaje todavía no estaba en la esfera pública. Sin embargo, es una comedia política que nos habla desde un mundo alejado en el que los pájaros caminan y hablan. No hay una correspondencia directa con la realidad, pero el público rellena los huecos de la manera que cada uno quiere según su sistema de pensamiento o ideología.
Es bonito ver cómo la obra ha ido adaptándose a la realidad a pesar de que no hemos cambiado prácticamente nada del texto. Hacer la función en Cataluña o en Madrid o representarla en 2018 o en 2023 hace que las resonancias vayan cambiando a medida que cambia la realidad. Aún así, la experiencia siempre es buena porque las cosas que criticamos: el populismo, la instrumentalización de las masas para conseguir objetivos particulares y egoístas, la desinformación, las fake news… todo esto existe en Cataluña, en Madrid, en 2018 y en 2023. Van cambiando los agentes pero los trucos del populismo siguen siendo más o menos los mismos.
Aristófanes escribió esta obra hace 26 siglos ¿Qué elementos en común identificáis en esa sociedad que se refleja en la obra original con la sociedad actual?
J.Y. La crítica a la democracia. Se critica un sistema que se ha burocratizado excesivamente, y los personajes de la obra dicen que crearán una nueva sociedad buena para todos, pero en realidad solamente buscan el beneficio personal. Estamos ante la primera obra política, la primera obra que cuestiona la democracia.
Llevamos 2.500 años relacionándonos con este experimento al que llamamos democracia y dándonos cuenta de que no funciona, pero que en el fondo no tenemos nada mucho mejor. Y como siempre hacemos las cosas desde la Calòrica, que es desde un lugar muy instintivo y sin tener una idea clara de lo que queremos decir porque lo vamos descubriendo por el camino, nos ponemos a escribir una obra pensando que vamos a criticar el populismo. Y al final nos damos cuenta de que no hablamos solamente de eso, sino que cuestionamos todo un sistema que hace que al final lo privado vampirice lo público, que haya personas, empresas, que con el objetivo de recaudar más dinero para ellos mismos acaben instrumentalizando toda la estructura de lo público, todo el sistema para su beneficio personal e individual.
Todas estas cosas ya están en Aristófanes, evidentemente de otra forma, y yo creo que nuestro objetivo no es que el espectador tenga la experiencia de ir a ver teatro clásico, porque hacemos una comedia política contemporánea. Un poco haciéndole un homenaje y digamos apoyándonos en las ideas de Aristófanes, pero es una creación nueva.
Tenéis un Premio al vestuario por Las Aves. ¿Cómo se trabaja este componente visual en la creación colectiva?
J.Y. Cuando hablamos de creación colectiva nos referimos a dos cosas: por una parte, nosotros pactamos el contenido de la obra, los personajes, la estructura…, pero además de esto, lo que también hacemos es trabajar de forma paralela. Es decir, en la inmensa mayoría de los casos, yo estoy empezando el proceso de escritura, Pascual -el escenógrafo y figurinista de la función- ya está diseñando los pájaros, y de alguna manera nuestro trabajo se va enriqueciendo.
Al tener una imagen por un lado y conocer a los actores por otro, ya hay una idea de cómo va a funcionar el espacio. Esto afecta profundamente a la escritura y hay caminos que descartas y otros que empiezas a recorrer porque eres capaz de imaginártelo. Al final hay una diferencia de lo que me imaginaba escribiendo a lo que hacemos, pero lo interesante es que la creación no está jerarquizada como la industria te lleva a jerarquizar: se hace el texto y, a partir del texto, se hace un trabajo de extracción de ideas que te sirven para la puesta en escena y para el vestuario.
Por ejemplo, hago una escena y luego me viene Israel -el director- y me dice: “Espérate, esta escena tiene que ser más larga porque a Esther le tiene que dar tiempo a cambiarse”. Siempre hemos trabajado de esta manera y claro, he llegado a un punto en que cuando trabajo en un encargo haciendo una adaptación o escribiendo un texto fuera de La Calòrica, se me hace raro.
Esther, como actriz, ante las tentaciones audiovisuales (TV, cine, plataformas…), ¿por qué sigues apostando por el teatro?
E.L. A ver, cuando nos llaman de fuera somos mercenarios, quiero decir, lo bueno de tener una compañía y concretamente, en La Calòrica, son las bases. Nosotros tenemos una relación abierta, si nos llaman de otro sitio también eso nutre a la compañía porque le da visibilidad, la lleva más allá. Entonces, si nos llaman para hacer series de televisión por ejemplo, intentamos encajarlo. Es verdad que ahora estamos aprendiendo a acotar las giras y los proyectos; con los años aprendemos.
Lo que pasa es que La Calòrica te da una cosa que no te da otra de fuera, que es es tu compañía, hablas de las cosas que quieres hablar, de los problemas que nos preocupan, es un trabajo mucho más personal, con amigos. Para nosotros es importantísimo, es un lujo, que haya una persona que te escriba los papeles pensando en ti, que a lo mejor eso no lo tienes fuera. Combinar las dos cosas creemos siempre que es positivo y que debemos seguir haciéndolo porque además, salir fuera te hace crecer, vuelves a casa y aportas otras cosas. Entonces es un win-win, lo mires como lo mires.
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