Hablemos de las funciones de las que no se sale ileso. Cuando se enciende la luz del patio de butacas, reconocemos sin dificultad los impactos del proyectil: el escalofrío, la turbación, incluso las lágrimas. Pero en algunas otras, mucho más escasas, uno sale del teatro palpándose el cuerpo y éste parece en orden, feliz además de haber asistido al derroche de talento teatral. Y sin embargo, según pasan las horas y los días, un eco de lo visto vuelve a las arterias, y en cualquier lugar te asalta una imagen, una frase, un sonido de la función; y caminas por la calle y sientes que esas criaturas escacharradas se te han instalado en el corazón, porque éste pesa más, y éste pesa menos; y comprendes que, de algún modo, siempre estuvieron ahí, tan ridículas como hermosas, tan propias como ajenas. Esto me ocurrió tras ver Las princesas del Pacífico y Lo nunca visto, trabajo este último que La Estampida estrena ahora en el Teatro Español.
Este tipo de alquimia está reservado a aquellos que emplean el humor como una brújula orientada a lugares fieramente humanos, con su geografía de luces y de sombras. José Troncoso es uno de estos. En cierto modo no ha dejado de ser el ingeniero químico que quiso ser antes de ingresar en las filas del teatro. Ahora maneja una ingeniería de luces, cuerpos, sonidos y palabras, pero emplea el mismo cuidado de quien se sabe manejando componentes volátiles e incendiarios. Sabe que ciertas fórmulas necesitan macerar para no estallar en las manos, que el teatro también es un laboratorio de no precipitarse, de no correr, de dejar que las cosas caigan (jugando) por su peso. Y que esto requiere destreza, paciencia, obstinación y alegría.
Este ingeniero troquelado de carnaval gaditano, pólvora de Valle-Inclán y balines de Fellini, no oculta su devoción por La Zaranda, y por tantos otros maestros y maestras que han ido conformando una mirada única en nuestro teatro. De Philippe Gauilier, su maestro francés, aprendió que poca cosa hay más sagrada que el juego.
Sin embargo, una golondrina no hace verano y un Troncoso no hace solo a La Estampida. Las princesas del Pacífico y Lo nunca visto son lo que son gracias al trabajo de creación de sus intérpretes. Las princesas son Alicia Rodríguez Ruiz y Belén Ponce de León. Se les une ahora Ana Turpín, pero uno se pregunta tras verla en esta función si no estuvo siempre ahí, desde el inicio.
Estamos todos cansados de adjetivos superlativos, es cierto, pero el trabajo de estas tres actrices nos recuerda sencillamente de qué va esto del teatro. Cuando termina el carajal de la escena, y salen a lo que llamamos realidad —que vete tú a saber— hay que afinar la mirada para reconocer en sus cuerpos y voces los personajes. Y sin embargo están allí, de qué modo. Asomando la lucidez de los desesperados, llevando a ebullición el ridículo nuestro de cada día, afilando la dignidad que aún queda a los que nada les queda. Sus muchos seguidores tenemos ahora la oportunidad de disfrutar el Teatro Español, desde el 18 de septiembre hasta el 13 de octubre.
Quien firma estas líneas se precia de ser amigo de estas gentes, y todo lo que escriba sobre ellos será con esa tinta. Pero, ante todo, soy un admirador y un aprendiz de su trabajo, de su entrega, de su compromiso. Y alguien más feliz cuando está cerca de su bulla luminosa y honda.
Texto Alberto Conejero / @alberconejero
Fotos Susana Martín e Ignacio Ysasi