María Adánez y Pepón Nieto encarnan a Carmela y Paulino en ¡Ay, Carmela!, una de las obras más ilustres de José Sanchis Sinisterra, dirigida en esta ocasión por el gran director de escena José Carlos Plaza. Después de haber cosechado varios éxitos en su gira por el país, el montaje se podrá disfrutar a partir del 5 de abril en el Teatro Bellas Artes de Madrid.
El texto, una elegía de la guerra civil en dos actos y un epílogo, es una de las obras españolas más representadas, tanto a nivel nacional como internacional. Además, se llevó al cine en 1990, de la mano del director Carlos Saura, protagonizada por Carmen Maura y Andrés Pajares. La producción recibió 13 Premios Goya.
En TeatroMadrid conversamos con María Adánez sobre la importancia de recordar: tener presentes nuestros instintos, poner el foco en los pequeños placeres de la vida y no olvidar los errores que se cometieron en el pasado.
Entrevista a María Adánez
Carmela le dice a Paulino: «Los vivos, en cuanto tenéis la panza llena y os ponéis corbata, lo olvidáis todo».
Esa frase es preciosa y muy interesante.
¿Crees que «el olvido de los vivos» es uno de los motivos por los que ‘Ay, Carmela’ sigue siendo una pieza tan actual?
El gran motor para Sanchis Sinisterra al escribir esta obra fue el tema de la memoria histórica. Por eso Carmela está muerta, para que los vivos la recuerden. Para que no olviden los errores del pasado o los errores de la historia.
Creo que el olvido es un mecanismo de defensa de nuestro cerebro. Hay momentos dolorosos o traumáticos que se acaban suavizando con el tiempo o se terminan borrando. Por ejemplo en el tema de dar a luz −que es un dolor maravilloso, porque es el hecho de traer a un hijo al mundo−. En mi caso fue cesárea y recuerdo el dolor, pero no lo recordamos tanto porque si así fuera, no tendríamos más hijos.
Yo creo que, aunque olvidar puede ser útil para seguir viviendo con dignidad y cierta tranquilidad, tenemos la obligación, tanto los ciudadanos como los países, de no olvidar nuestra historia. Si lo hacemos, podemos cometer los mismos errores. Y hay errores que son irreversibles, como el de la guerra.
¿Qué papel dirías que tiene el arte en la persistencia del recuerdo?
Es clave. Y a través del formato que sea. Por ejemplo, el teatro es el espejo de la sociedad. Puede suponer una reflexión del momento que se vive en la actualidad, o también puede invitarte a interpretar la pieza escrita en otro momento de la historia y traerla al presente. Para mí la reflexión es el motor principal del teatro.
La pieza consigue mantener la sonrisa en el espectador, a pesar de que la atmósfera sea trágica…
Ay, Carmela conjuga todo: transitas el drama, la comedia y espacios más ambiguos, más poéticos.
¿Un texto tan rico es más difícil de interpretar?
Cuando un texto está tan absolutamente bien escrito como lo está Ay, Carmela, que para mí es una obra maestra, el propio texto te lleva. Tú tienes que hacer muy poquito más que estar al servicio de él. En realidad es como si la función fuese por encima de los actores. He tenido la suerte de interpretar grandes textos, y no falla.
Cuando el texto no está tan bien escrito, ya es otro tema, porque entonces cabe la duda; y cuando hay duda, ya entran las interpretaciones personales y pueden ser más o menos erróneas.
¿Qué has aprendido de tu personaje?
Carmela te lleva a los instintos. Creo que vivimos demasiado atrapados en la cabeza, sobre todo con esta era de las pantallas, en la que todo es estímulo visual y, en ocasiones estamos poco conectados con lo que sentimos.
Ella te recuerda los pequeños placeres de la vida: el disfrutar de comer, de bailar, de lo sencillo, lo mundano. En la actualidad somos quizá tan urbanitas, estamos tan apretados, encorsetados, que estos personajes parece que te sueltan el vestido, te relajan y te hacen recordar, al final, lo más importante de la vida.
¿Crees que es clave en la dramaturgia que Carmela sea una mujer?
Pues seguro que sí. Para mí su gran herida es que no es madre, y serlo era su gran anhelo. De hecho, ese es el punto de inflexión. Siempre me he preguntado qué hubiera pasado si, en la obra, los milicianos −chavales de 15, 16 años o 18 máximo− no hubieran asistido al espectáculo. Carmela representa a la madre universal.
Además, la República se ha representado como una mujer con el pecho al aire, así como la libertad o la justicia en muchas ocasiones. El personaje de Carmela podría encarnar perfectamente esos valores. Con José Carlos Plaza llegamos un poco a la conclusión de que puede representar a la madre de todas las madres.
¿Cómo es trabajar con uno de los grandes directores de la escena española?
Yo había trabajado ya con José en Divinas palabras, y venía con un recorrido hecho junto a él. Siente un profundo amor por la palabra. Te enseña a amar el texto, a entender por qué el autor elige un verbo y no el otro, a transitar todos los recovecos. Es muy inteligente y no deja un detalle al aire, un espacio muerto.
Como actriz es una maravilla, ya que la construcción interna que haces del personaje es inmensa. Es un gran maestro. De los pocos maestros que quedan con esa sabiduría dirigiendo a los actores.
¿Con qué frase de tu personaje te quedas?
Hay muchas que me encantan. Hay una en la que dice Carmela: «Qué quieres que te diga… A lo mejor, digo yo, como hay tantos muertos por la guerra y eso, pues no cabemos todos». Y Paulino le responde: «¿En dónde?», y ella contesta: «¿En dónde va a ser? En la muerte… Y por eso nos tienen por aquí, esperando, mientras nos acomodan». Me encanta la manera tan tierna y sencilla con la que Sanchis retrata la muerte. Para mí es en esa sencillez precisamente donde reside el gran potencial.
Pero creo que la gran frase del personaje es la que hemos comentado: «Los vivos, en cuanto tenéis la panza llena y os ponéis corbata, lo olvidáis todo». Y es que hay cosas que no se pueden olvidar.
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