Sergio Villanueva: «La vida te da una ‘onda gravitacional’, la oportunidad de dejar las cosas en su sitio»

Andrea Garriga

El actor, director y escritor Sergio Villanueva retratado por Mendia Echeverria.

¿Cuántas veces has leído o visto en ficción historias que te han parecido inverosímiles o exageradas y luego te has quedado de piedra al descubrir que han ocurrido de verdad? 

Parece que la vida es una fuente inagotable de creatividad. Los autores buscan historias y las historias los buscan a ellos, deseosas de ser vividas de nuevo, una y otra vez. Quizá estas toman forma en un libro, se regocijan encima de un escenario o hacen la metamorfosis al volar de boca en boca.

Una de esas historias, no sabemos si por casualidad o causalidad, encontró a Sergio Villanueva, director y dramaturgo de Ondas gravitacionales, y se convirtió en una obra teatral plagada de humor absurdo que se podrá disfrutar a partir del 22 de abril en la Sala Mirador

La pieza trata temas como el bullying, los prejuicios, las causas y consecuencias del miedo y reflexiona sobre conceptos de la Física Cuántica como las Ondas gravitacionales o la Teoría de la Relatividad de Albert Einstein

Entrevista a Sergio Villanueva

¿Cómo fue ese primer contacto con la historia que te inspiró a escribir Ondas gravitacionales?

Sergio Villanueva Hay veces que como autor piensas: «¿qué escribo?» y, aunque te esfuerces, no te viene nada a la cabeza. Y otras veces que, cuando estás relajado y no buscas, fluyen las cosas por sí solas.

Todo comenzó cuando quedé con un amigo del colegio y me contó una anécdota: él trabaja como profesor de ciencias en el Politécnico de Valencia y un día, otro compañero que le acosaba y pegaba en el colegio, le va a visitar a la facultad donde trabaja y le dice que su hijo se va a matricular en esa misma universidad y que, por favor, cuide de él. Yo estaba alucinando mientras me lo contaba. Además mi amigo me explicó que, cuando vio al hijo, ¡era una copia exacta del padre! 

Me enamoré de la historia y le pedí a mi amigo si podía jugar con ella como autor. Quería investigar sobre ese encuentro entre el profesor y el hijo del acosador, sobre ese alumno que no tiene ni idea de los antecedentes y ver hacia dónde me llevaba. Pensé que si el padre le pedía ayuda a esa persona que acosó cuando eran pequeños y encima resulta que el hijo es el vivo retrato de él, ¡entonces tenía entre manos una venganza cuántica! 

Me inspiré en Pinter, Ionesco y algún otro autor del teatro de lo absurdo. Además he investigado mucho sobre Física Cuántica. Siempre me ha interesado y he sido una persona muy perceptiva a la sincronía, a esas casualidades o causalidades de la vida. El tema del bullying es muy duro, pero quería sacar una sonrisa y hacer sentir la esperanza de que podemos solucionar ciertos problemas conversando. La vida a veces te ofrece una «onda gravitacional», una oportunidad para dejar las cosas en su sitio.

Los personajes de Ondas gravitacionales. // Foto: Fèlix Duart.

¿Decidiste entonces desde el principio que ibas a enfocar la trama desde el humor absurdo o fue surgiendo sobre la marcha?

S.V. Cuando me contó la anécdota lo primero que hice fue reírme. No me lo podía creer y me entró la risa. Además, como autor tiendo a la comedia sobre todo cuando el tema es serio y cuando voy a servirlo en teatro. Me gusta servir al teatro desnudo, con pocos recursos pero como si fuera un cabaret: vamos a disfrutar y a ver dónde me lleva. ¡Me lo paso muy bien! Cuando voy a montar una obra de teatro tengo que disfrutar. 

El profesor cree que tiene que calcular las coordenadas, las ecuaciones y las variables porque sabe que el encuentro con el alumno forma parte de una incógnita que él tiene que despejar. En cambio, el alumno está como: «¿qué le pasa a este tío?»

Además de escritor, también eres actor y director, no solo en teatro sino también en cine. ¿Encarnas a los personajes y ejerces como director mientras escribes? 

S.V. Sí.Yo soy actor ante todo. Me acerqué a este oficio por mi deseo y mi hambre como actor, que nunca lo he dejado de tener. Lo que ocurre es que, a veces, el oficio deja de tener apetito de ti. Mi actividad como escritor, que con el tiempo se ha convertido en paralela, surge porque hay días que no ejerzo como actor. Por eso estudié también la licenciatura de Dirección Escénica y Dramaturgia y gracias a eso veo la profesión de una manera más global. 

Cuando escribo, lo vivo. Lo vivo como tú has dicho: no estoy escribiendo, estoy visualizando la escena como espectador y siento ese conflicto, esas acciones y movimientos como si estuviera jugando. Estoy ensayando. Incluso me levanto en ocasiones y me convierto en personaje. 

Luego, de una manera ya más academicista, me pongo a «limpiar» todo lo que he escrito a través de esos impulsos. 

Puesta en escena de la obra. // Foto: Fèlix Duart.

En la pieza tratas temas como el acoso escolar, los prejuicios, las causas y consecuencias del miedo… ¿El temor decide en nuestras vidas? 

S.V. Sí. En esta obra el profesor, que ha sufrido bullying desde pequeño, se da cuenta de que se ha quedado toda su vida dentro de las aulas precisamente por miedo. Su vida podría haber sido otra pero pilló tanto miedo con los golpes que recibió y con el acoso que, posiblemente de una manera subconsciente, ha provocado que no se haya atrevido a ir más allá. 

La gente busca un trabajo seguro, un sueldo durante toda la vida. Ese miedo generalizado a la inestabilidad hace que te plantees: ¿me quedo en lo seguro o salgo a ver qué pasa? Hay temor a la improvisación, al «salir a cazar», a ese modo de vida. Muchas veces tomamos decisiones con el miedo de la mano. Y las relaciones humanas se vinculan o desvinculan también en muchas ocasiones por el miedo. 

«Me gusta mucho dejar las obras de teatro con una ventanita donde pueda entrar la luz.»

Y también el miedo se presenta de diferentes formas. Los sucesos traumáticos que vive una persona traspasan el espacio-tiempo y se proyectan, una y otra vez, en el presente, ¿verdad?

S.V. Por supuesto. Partiendo de la base de que el tiempo es muy relativo, esos miedos o ciertas cosas que vivimos no se quedan aisladas en un punto de nuestra vida. Te acompañan, regresan, eso es la Física Cuántica. Cualquier acción en un momento determinado tiene su fuerza años después. 

La Física Cuántica para mí, que soy un iletrado en el tema aunque haya escrito sobre ella —una obra de teatro absurda, no nos olvidemos— (ríe), no es más que la ciencia poniendo en pizarra matemáticamente el: sí, efectivamente, las religiones en muchos aspectos tienen razón. Es magia. 

Hay una cosa esperanzadora, —me gusta mucho dejar las obras de teatro con una ventanita donde pueda entrar la luz— y es que el profesor realmente no sabe quién es el alumno. ¿Igual el alumno ha llegado para enseñarle algo? 

Me gusta hacer un canto o un guiño al hecho de que, en la vida, quien menos te imaginas te puede sorprender y desanudarte algo que tenías anudado desde hacía tiempo. Si eres perceptivo a eso es mágico porque hasta ir a comprar el pan puede ser especial. 

Los actores de la obra, Víctor Gil y José Olmos, encarnando a sus personajes. // Foto: Fèlix Duart.

Estrenáis este viernes en la Sala Mirador, ¿dirías que este proyecto te ha cambiado de alguna manera? ¿Ha dejado algo en ti?

S.V. Creo que todo proyecto te transforma y sobre todo lo hace cuando lo has tenido que pelear desde cero a nivel creativo y de producción. Ensayábamos los tres, Víctor Gil, José Olmos y yo, en plena pandemia, de forma online y utilizaba playmobils para enseñarles el movimiento escénico (ríe). Víctor y José han nacido para interpretar a estos personajes y los tres estamos muy compenetrados. 

Además, ahora estamos viviendo el feedback del público y está siendo muy especial. Es alucinante cuando alguien se te acerca y te dice: «gracias por esto, porque mi hijo tiene diez años y está sufriendo acoso escolar.» Al final, no solo aprendemos lo que es el oficio del teatro, sino que además lo que hacemos tiene un valor social. Eso es una alegría. También se nos ha acercado gente y nos ha dicho: «nunca había sido del todo consciente, pero creo que le hice bullying a alguien en el colegio.»

De izquierda a derecha, el actor José Olmos, el director y autor Sergio Villanueva y el actor Víctor Gil. // Foto: Fèlix Duart.

Vamos a jugar un poco con el concepto espacio-tiempo. Imagina que tienes delante a aquel Sergio Villanueva que recién estaba comenzando en el oficio. ¿Qué consejo le darías? 

S.V. ¡Qué bueno! (Ríe). A ver, yo podría darle consejos a ese chavalín, pero también él podría dármelos a mí… Yo le diría que se relajase, que se desabrochase el cinturón de seguridad y que disfrutase de todo, hasta de la «no llamada», hasta de los olvidos. Porque precisamente esas malas pasadas le van a convertir en autor, en director y en profesor de eso que tanto ama, y eso va a hacer que se refuerce como actor. 

Me imagino que el chavalín a mí me diría que no me quejase tanto y que hiciese más teatro. Que está muy bien rodar cine pero que el teatro no se puede descuidar. 

Juan Luis Galiardo, con quien trabajé en algunas películas y que es para mí como un padre de la profesión, me decía: «el teatro te da un poso, el teatro es el prestigio. El público que te quiere es el del teatro.» El consejo que yo doy a mis alumnos y compañeros de profesión más jóvenes es ese: no abandones el teatro, no te acomodes. Ese es el verdadero gimnasio para un actor. 

Andrea Garriga González / @andrea.garriga

Escrito por
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Graduada en Arte Dramático. Creadora de contenidos editoriales y redactora de la Revista de TeatroMadrid.

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