Durante los meses de noviembre y diciembre se puede disfrutar en Nave 73 de Yo soy azul, un montaje en el que cuatro actrices jóvenes dan a conocer en forma de pieza teatral las cartas que se han escrito, durante un año, mujeres de diecinueve y de sesenta años. Testimonios que encierran relatos sobre cuerpos femeninos en movimiento, sobre mujeres que desafían el paso del tiempo, que viven una adolescencia a la inversa o que padecen el sufrimiento de intentar cumplir con los estándares que la sociedad les impone.
Hablamos con la directora y la creadora de esta pieza, Irati Morán, sobre las revelaciones que le ha aportado este proyecto.
¿Por qué sentiste la necesidad de hablar sobre el envejecimiento?
Cuando mi madre se jubiló y empezó a estudiar Bellas Artes, realizó un proyecto en el que juntaba autorretratos suyos, envejeciendo, con graffitis que encontraba en la propia facultad. Para ella fue un descubrimiento ver que mujeres cuarenta años más jóvenes creaban cosas que todavía le apelaban. Reflexionó que ella misma era una adolescente pero con un cuerpo en declive y, como también pasa en la adolescencia, un cuerpo que envejece se transforma y la sociedad te comienza a leer como otra. A las jóvenes las sexualizan y las mujeres mayores pasan a ser viejas y a importar poco. Mi madre me inspiró y empecé a leer sobre la idea del envejecimiento.
Todas vamos a envejecer y probablemente vamos a llegar a ese punto en el que el «cómo me siento» y el «cómo me ven» no encajen.
Sí, no nos damos cuenta pero socialmente tenemos una idea muy clara de lo que es ser viejo o ser vieja, o lo que supone envejecer. Son muchos prejuicios paralizantes que hacen que no puedas soñar una vida. Teresa Moure tiene un libro que se llama La edad bajo sospecha, que para nosotras ha sido clave para crear el discurso de la obra, en el que reflexiona que la sociedad piensa que un viejo es un recuerdo de lo que fue, que no tiene futuro y apenas tiene un presente, solo es pasado. Y no nos damos cuenta del daño que eso supone a nivel de autoestima y a nivel psicológico. Algo parecido pasa con los niños, pensamos que son un «proyecto de».
¿Qué cualidades dirías que tiene nuestra sociedad actual que provocan que tengamos tanto temor a envejecer?
Para realizar el proyecto nos embarcamos en un proceso de mediación epistolar en el que nos escribíamos cartas durante un año con mujeres mayores de sesenta y con adolescentes de diecinueve. La mayoría de las adolescentes nos decían que tenían TCA (trastorno de conducta alimentaria). Los mandatos hacia un cuerpo bello o un cuerpo perfecto son terribles, en las mujeres sobre todo y también en los hombres. Es muy fácil culpar al capitalismo rápidamente, porque al final el cuerpo femenino es un negocio: ropa, cremas, operaciones… También es una manera de control.

Salma El Amrani, Natalia Tapia, Plámena Rodríguez e Irati Morán son las intérpretes de este espectáculo.
También pienso que vivimos en una sociedad que busca la perfección como meta, ser productivo, entramos en pánico si nos empiezan a salir arrugas o canas.
Totalmente, eso en cuanto a las señales del cuerpo. Pero ser viejo también significa tener un tiempo más sosegado, parar. Y eso la sociedad no lo quiere. Tampoco quiere que se dependa, pero somos interdependientes, nos necesitamos. Igual que requiere cuidado tu amiga o una persona que tiene seis años, también tiene sus necesidades la que tiene ochenta. Al final, el edadismo va más allá del cuerpo.
¿Qué similitudes y diferencias habéis encontrado en los testimonios de las diferentes mujeres, de diversas edades, que han participado escribiendo sus cartas?
Cada persona es diferente y lo vive de una manera, pero las adolescentes sufrían mucho por su cuerpo, llegando a tener miedo de lo que piensen los demás sobre ellas. Y es fuerte, porque lo hacen desde un discurso muy feminista, pero les cuesta no sufrir por su cuerpo. Sin embargo, las mujeres en etapa de envejecimiento, aunque nos expresaban que estaba siendo duro, también sentían una especie de libertad. A la mujer la educan para contentar la mirada del otro y, cuando sales del esquema de lo deseable, obtienes cierta libertad: te la pela. No solo el cuerpo, te la pela un poco todo. Hay algo de liberarte de una mirada que llevas toda la vida queriendo conquistar.
A mí eso todavía no me pasa, me encantaría vivirlo así. Hacer esta obra ha permitido que me reconciliara muchísimo conmigo y con mi cuerpo. También era fuerte lo que nosotras, como mujeres de entre veinticinco y treinta años, recibíamos de esas cartas, porque las más prejuiciosas éramos nosotras. Por ejemplo, cuando leíamos que una mujer mayor se había hecho lesbiana o salía a bailar, nos sorprendía muchísimo. Decíamos: «fíjate lo que hacen», y nos desconcertaba decir eso, ¡si son personas! Tenemos una idea tan clara de lo que tiene que ser una anciana que no entendemos que las personas son diversas y que envejecen de diferentes formas. No es revolucionario ser vieja y bollera o ser vieja e ir a discotecas, aunque nos lo parezca. Eso es edadismo también.
¿Por qué el color azul en el título Yo soy azul?
Azul en euskera se dice urdina, es un color que tiene connotaciones de podredumbre y de vejez. De hecho, al pelo cano se le denomina «pelo azul». El título es una afirmación para transformar nuestra mirada hacia las mujeres mayores.
Para terminar, tu madre te inspiró a la hora de crear esta pieza, ¿la ha visto? ¿qué le ha parecido?
Le ha gustado muchísimo. De hecho uno de los personajes está basado en ella. Me ha dicho que le parece muy necesaria. Ha empezado a venir a Nave 73 público de sesenta años y más, gente a la que no conocemos pero se ha corrido la voz y vienen a vernos. Creo que es una obra que llega a todas las edades. Además, ha venido gente a ver la obra y ha repetido pero trayendo a su madre. Otras personas decían que iban a traer a su nieta. Ha sido muy bonito.
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