En cuanto se apagaron las luces y empezó la función, sentí que algo especial iba a pasar. El espacio es tan íntimo que casi se confunde con el escenario. De pronto, ya no éramos espectadores, estábamos dentro de la oficina, atrapados entre escritorios, cafés fríos y miradas cómplices. Es fascinante cómo un lugar tan pequeño puede llenarse de tanta vida, humor y talento. La obra es un todo en uno: divertida, afilada, cercana. Te ríes, te reconoces, te emocionas. Y cuando termina, solo puedes pensar: “quiero más”. Un plan perfecto para desconectar, disfrutar y dejarte sorprender por un teatro que se siente de verdad. Es viernes en Madrid. Una curiosa tormenta acecha la ciudad, las coberturas de los móviles fallan, […]