En cuanto se apagaron las luces y empezó la función, sentí que algo especial iba a pasar. El espacio es tan íntimo que casi se confunde con el escenario. De pronto, ya no éramos espectadores, estábamos dentro de la oficina, atrapados entre escritorios, cafés fríos y miradas cómplices.
Es fascinante cómo un lugar tan pequeño puede llenarse de tanta vida, humor y talento. La obra es un todo en uno: divertida, afilada, cercana. Te ríes, te reconoces, te emocionas. Y cuando termina, solo puedes pensar: “quiero más”.
Un plan perfecto para desconectar, disfrutar y dejarte sorprender por un teatro que se siente de verdad.
Es viernes en Madrid. Una curiosa tormenta acecha la ciudad, las coberturas de los móviles fallan, el sistema electrónico de las puertas se cae y cuatro empleados de una empresa ven truncado su ansiado descanso de fin de semana al quedar encerrados en su lugar de trabajo: un CEO ansioso y machirulo, una recepcionista cansada y feminista, una gerente de recursos humanos absurda y contradictoria… y el repartidor de correos.
¡Vaya! El plan perfecto…
Y, sin embargo, lo que podría haber sido una pesadilla laboral se convierte en algo extraordinario, porque todo está hilado con precisión y gracias a una banda sonora ochentera que no da tregua, se transforma en un viaje emocional revelador.
Bajo los acordes de los 80, vamos viendo cómo caen las máscaras, cómo afloran las frustraciones, los miedos, los sueños y cómo, en medio del encierro, brotan también la risa, la empatía y hasta un poco de esperanza.
Divertida y 100% recomendable.
