Sarah Vanhee vuelve, con Mémé, a un escenario convencional, el de un teatro a la italiana. No ha elegido, en esta ocasión, ni el aire libre, ni una cárcel, ni el salón de un piso o la sala donde se reúnen las empresas para debatir sus estrategias, otros tantos escenarios de sus intervenciones, conferencias, películas, performances, donde la artista, performer y autora belga vuelca una concepción artística híbrida e interdisciplinaria, comprometida socialmente.

Sinopsis

Una estrategia similar, pero con otra clase de inventiva (una conversación con marionetas) la desarrolla en Mémé. Para ello, Vanhee ha buceado en su memoria retrotrayéndose al tiempo en que sus dos abuelas vivieron y trabajaron. Una tuvo siete hijos y la otra nueve. Amas de casa entregadas al hogar y a la tierra que cultivaron, su centro exclusivo de un trabajo puesto, durante sus largas vidas, al servicio de los demás. Fueron, según Vanhee cuerpos sometidos por una tarea física que rara vez se deslizaron al placer, a la alegría, a la realización de sus ilusiones. Nada que ver con el tiempo en que ha vivido la artista belga, que nació en 1980. Hoy las mujeres viven otro tipo de explotación. Pero aquellas abuelas, que pasaron casi como presencias invisibles, tuvieron existencia propia y a ella les dedica la artista belga este espectáculo.

Su dispositivo escénico es sencillo. Sola en un escenario poblado de voces, Vanhee se rodea de objetos, vídeos y títeres (fantasmas, sombras y niños) creados en colaboración con la marionetista mexicana Toztli Abril de Dios, que llegó a elaborar cerca de 80 figuras, y de sonidos provocados por Ibelisse Guardia Ferraguti.

Esos títeres, más bien muñecas, no hablan. Solo lo hace la propia Vanhee. Les devuelve, a través de ella, la palabra, que comparte con las palabras de la artista. Esa mudez alude también a la mudez de la propia familia de Vanhee. “Son la historia de los silencios de mi familia, que son los del paisaje de mi infancia en Flandes”, señala la artista. El paisaje de esa infancia silenciosa del que extrae recuerdos suyos y de conversaciones con sus padres, remite al propio paisaje de aquella región agrícola belga, cruce de culturas a menudo producto del paso de las guerras, y donde su horizonte “parece atravesado por un silencio lleno de fantasmas errantes”.

Mediante el contraste de un tiempo desaparecido que viene al presente con la fuerza de la palabra de Vanhee y el testimonio actual, como mujer, de la propia artista, Mémé ilumina dos épocas y apunta al reflejo de aquella condición de mujer del pasado en las mujeres de hoy en una oda que celebra esas vidas entrelazadas y las trasciende.

Duración:
Idioma:
Inglés
holandés, flamenco occidental
Sinopsis

Una estrategia similar, pero con otra clase de inventiva (una conversación con marionetas) la desarrolla en Mémé. Para ello, Vanhee ha buceado en su memoria retrotrayéndose al tiempo en que sus dos abuelas vivieron y trabajaron. Una tuvo siete hijos y la otra nueve. Amas de casa entregadas al hogar y a la tierra que cultivaron, su centro exclusivo de un trabajo puesto, durante sus largas vidas, al servicio de los demás. Fueron, según Vanhee cuerpos sometidos por una tarea física que rara vez se deslizaron al placer, a la alegría, a la realización de sus ilusiones. Nada que ver con el tiempo en que ha vivido la artista belga, que nació en 1980. Hoy las mujeres viven otro tipo de explotación. Pero aquellas abuelas, que pasaron casi como presencias invisibles, tuvieron existencia propia y a ella les dedica la artista belga este espectáculo.

Su dispositivo escénico es sencillo. Sola en un escenario poblado de voces, Vanhee se rodea de objetos, vídeos y títeres (fantasmas, sombras y niños) creados en colaboración con la marionetista mexicana Toztli Abril de Dios, que llegó a elaborar cerca de 80 figuras, y de sonidos provocados por Ibelisse Guardia Ferraguti.

Esos títeres, más bien muñecas, no hablan. Solo lo hace la propia Vanhee. Les devuelve, a través de ella, la palabra, que comparte con las palabras de la artista. Esa mudez alude también a la mudez de la propia familia de Vanhee. “Son la historia de los silencios de mi familia, que son los del paisaje de mi infancia en Flandes”, señala la artista. El paisaje de esa infancia silenciosa del que extrae recuerdos suyos y de conversaciones con sus padres, remite al propio paisaje de aquella región agrícola belga, cruce de culturas a menudo producto del paso de las guerras, y donde su horizonte “parece atravesado por un silencio lleno de fantasmas errantes”.

Mediante el contraste de un tiempo desaparecido que viene al presente con la fuerza de la palabra de Vanhee y el testimonio actual, como mujer, de la propia artista, Mémé ilumina dos épocas y apunta al reflejo de aquella condición de mujer del pasado en las mujeres de hoy en una oda que celebra esas vidas entrelazadas y las trasciende.

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