Pablo Messiez adapta y dirige Personas lugares y cosas, una obra de Duncan Macmillan. La pieza narra el proceso de desintoxicación de Emma, una actriz que colapsa en plena actuación y que, desde la fragilidad y la lucidez, inicia un viaje hacia la recuperación personal a través de la escucha, la empatía y la complejidad humana.
Sinopsis
Emma es actriz. Está en escena actuando el rol protagónico de “La gaviota”. Va muy drogada. “A mí habría que matarme” dice. Porque lo pone el texto, pero también porque lo piensa. Y unos instantes después, colapsa. Emma, Nina y todo. Ahí empezará su viaje hacia la recuperación. Ahí empieza Personas, lugares y cosas. Los días en la clínica de desintoxicación junto al grupo de profesionales y pacientes, serán el marco en el que Duncan Macmillan desplegará este viaje hacia el corazón del trauma, en la búsqueda por sanar la herida. ¿Cómo volver a estar aquí, después de tanto querer irse? En la obra no hay certezas pero sí un acción sostenida: la de escuchar. Escuchar a los otros, dejar de mirarse por un rato. Y así, verse mejor. Saberse parte de un grupo que conoce tanto del placer como del sufrimiento. “Estoy aquí. Estás aquí. Estamos aquí” dice Emma. Y algo del dolor se calma al saberse cerca.
Palabras del director
En Personas, lugares y cosas, Duncan Macmillan acompaña los días del proceso de desintoxicación de Emma junto a un grupo de pacientes con casos de consumo problemático de sustancias.
Ella es actriz y llega al Centro luego de, aparentemente, haber tocado fondo.
Ya en la primera acotación de la obra el autor nos dice: “Vemos lo que ella ve”, dejando así que las escenas se vean afectadas por la percepción de una mujer bajo la influencia, y diciéndonos a la vez que ella es también, al menos por un rato, nosotros. En la misma acotación inicial, continúa: “Cuando la escena cambia en torno a ella, Emma es consciente de lo que pasa”.
Y es en el final de esta frase donde se intuye la apuesta ideológica de la obra.
Emma -nosotros- somos conscientes de lo que pasa. El cuerpo siempre sabe lo que pasa.
El problema es que muchas veces nos cuesta escucharlo.
Lejos de plantear un mundo dividido en adictos y no adictos, o de pensar el consumo problemático como algo cercano a la fatalidad, Emma, puede reconocerse responsable. Saber que desde su lugar de privilegio está eligiendo -como en el teatro- hacer lo que hace y darle su vida a ello. Aunque cueste aceptar como elección del propio cuerpo el lastimarse.
Es el reconocimiento de esa complejidad lo que le permite ver su deseo y entender entonces que si se trata de elegir, mejor elegir aquello que brinde más alegría que tristeza. Más vida que muerte. Aquello que aumente su potencia de obrar. En definitiva, elegir actuar. Decir: estoy aquí, esta es mi vida. Y hacerse cargo.
Porque Emma sabe que la vida es tan real -o tan irreal- como el teatro. Que se trata de pactos que vamos aceptando y que por lo tanto, podemos cambiar.
Pero no es este un drama didáctico moralizante. En todo caso es un planteo ético acerca de cómo gestionamos el dolor y el placer. Todos los argumentos, como si se tratara de una tragedia griega, son de una solidez que convence. También como en las tragedias, hay personajes y coro, y una tensión constante e irresoluble entre lo apolíneo y lo dionisíaco. Entre la lógica de la razón y los misterios del cuerpo.
Personas, lugares y cosas no busca sentar cátedra sobre ninguna cuestión (la obra se cierra con un “Por qué” suspendido en el aire) sino poner en escena -con lucidez, humor y afecto- la complejidad, el absurdo y la maravilla de estar vivos.
Pablo Messiez
El espectáculo tiene una duración de 165 minutos con descanso.