En 1927 se estrenó la que sería la primera película de cine sonoro, titulada El cantor del jazz. Exceptuando a Chaplin, fueron muchas las estrellas que, acostumbras al lenguaje exageradamente gestual que requería el cine mudo, no lograron adaptarse a los nuevos tiempos y vieron peligrar sus fulgurantes y efímeras carreras. Esta fue la premisa de la que partieron películas como El crepúsculo de los dioses (1950) de Billy Wilder o The artist (2011) de Michel Hazanavicius. Recuérdese, por ejemplo a esa inolvidable, altanera y desquiciada Norma Desmond (Gloria Swanson) descendiendo por la escalinata. Pero, sin duda alguna, fue Cantando bajo la lluvia (1952) de Stanley Donen y Gene Kelly la cinta que pasaría a la historia como testimonio de ese irremediable cambio.
Para conmemorar los setenta años de su estreno, Àngel Llàcer vuelve a demostrar su buen tino (como ya hizo en la excelente La jaula de las locas) al adaptar y rendir un sentido y sincero homenaje a este clásico indiscutible del cine. La escenografía, el vestuario, la iluminación, las interpretaciones y las coreografías son sencillamente maravillosos. Atención a la manera en que se ha resuelto el número musical que pone título a la función: un escenario repleto de farolas, que recuerda (al menos a mí) a ese célebre número de «Chim chim Cher-ee» de los deshollinadores de Mary Poppins (1964).
Ver este musical significa viajar al Hollywood glamuroso de los años 20, ese mismo Hollywood dorado de las flappers y El gran Gatsby que tantas y tantas veces nos ha hecho y nos seguirá haciendo soñar.