A menudo decimos que los clásicos nunca mueren, pero a la hora de la verdad sí podemos notar el envejecimiento de las temáticas o de los diálogos. Este no es el caso de La importancia de llamarse Ernesto, donde pasa exactamente lo contrario: si nos dijeran que la obra proviene de un joven creador de la actualidad nos lo podríamos llegar a creer, y esto es mérito tanto del mismo Oscar Wilde (que escribió un texto de temática universal sobre las hipocresías y las relaciones humanas) como del director de la obra, David Selvas (que se ha encargado de trasladar el original a una especie de fusión entre La La Land y una comedia ligera que enamora).
La suma de este texto ingenioso y cómico, con un casting impecable y una ambientación sorprendente hacen que, sin perderse en grandes complicaciones, consiga llegar al máximo nivel de impacto en el espectador manteniendo la frescura y la espontaneidad.
Si a veces en una obra te sobra algún personaje o encuentras que tal actor sobreactúa, en esta ocasión no cambiaría absolutamente nada, y este es el mejor elogio que se puede hacer cuando una obra de teatro es simplemente perfecta.
