Hay herencias que duran generaciones, que no se logran extinguir y que destruyen formas de pensar y de vivir. Es solo uno de los temas centrales que atraviesa Las guerras de nuestros antepasados, publicada en 1975 y mantenida a día de hoy como célebre propuesta para dejar de idealizar los tiempos de otros siglos que tanto siguen influyendo en el presente.
Claudio Tolcachir dirige una obra pausada en su puesta en escena, pero acelerada en emociones. Las guerras y las pasiones humanas van marcando el hilo conductor de las confesiones de un protagonista a su psiquiatra. Es más de sobra conocido el monumental talento que tiene Carmelo Gómez sobre los escenarios (en realidad, ¿dónde no lo tiene si lleva toda la vida atrayéndonos también con sus trabajos en audiovisual?), pero en esta ocasión, creo que tiene en su piel uno de los mejores personajes de su carrera. A su lado y frente a frente, Miguel Hermoso cuida cada detalle de su doctor y nos atrapa con un trabajo que acompaña al público y con una voz exquisita que inunda el patio de butacas. La generosidad (e imagino que amistad fuera de las tablas) de ambos intérpretes en escena es más que palpable.
Esta adaptación de Eduardo Galán, basada en la novela de Miguel Delibes es un diario abierto, una escucha al pasado y a los problemas que pueden estrangular diferentes formas de vida y una llamada de atención hacia aquellos que nos les ha alcanzado una bala en cualquiera de los frentes con los que el hombre gobierna el mundo.