Es una de las funciones más representada en EE.UU. desde su estreno a principios del s.XX. Y eso ya dice mucho, muchísimo, de una obra que es una metáfora perfecta de nuestra vida. De principio a fin.
Our Town centra su historia en Grover’s Corner, un pequeño pueblo del este de Estados Unidos donde la vida pasa aparentemente sin que ocurra nada especial. Pero, en realidad, está pasando todo: desde un simple desayuno en familia, una mañana en la escuela o el reparto del pan o la leche hasta la inocencia del primer amor, una boda o la desazón por una pérdida familiar. La felicidad más grande y la tristeza más profunda. En definitiva, una vez más: la vida.
Sobre el escenario, carente de decorado, destaca la maestría de cada uno de los actores y actrices que dan vida a quienes pueblan Grover’s Corner. Con el simple uso de la mímica y sus voces, el elenco hace que, desde el minuto uno, el espectador aterrice entre sus calles, se meta en sus casas, vaya con ellos a la escuela, al baile, a una boda… y viva junto a todos ellos el día a día del transcurrir de sus vidas.
Our Town se divide en tres actos. Y cada uno de ellos bien podría ser una masterclass de teatro.
Cuando finaliza el tercero, y con él la representación, comprendes a la perfección por qué se han esmerado tanto en contarte de la forma en que lo hacen las dos primeras partes. Y al final, como en la vida, por tu mente sobrevuela la reflexión constante sobre lo que hicimos hasta ese momento, cómo lo hicimos, sobre aquello que pensamos durante años y cómo decidimos vivir nuestra vida, porque, sin darse cuenta, cada espectador termina siendo uno más en Grover’s Corner y se eleva como una hoja movida por el viento entre las casas, las calles y los vecinos de un pueblo que es la metáfora perfecta de nuestra propia vida.